martes, agosto 02, 2005

Armonía natural

Por Carmelo Ruiz Marrero

Salvar la ecología de Puerto Rico, proteger sus recursos naturales a la vez que se les da uso sabio y prudente, y llevar la Isla hacia un desarrollo verdaderamente sustentable; éstas y muchas otras motivaciones similares están moviendo a un número creciente de puertorriqueños a sumarse a las filas del movimiento ambientalista. Ahí uno encuentra almas inquietas e inconformes que buscan crear su propio estilo y reconciliar la tradición con la innovación, el buen sentido empresarial con el idealismo, y lo práctico con lo bello.

Éstas incluyen a Rebecca Pérez Rosselló y su esposo Juan José Sáinz Rodríguez, quienes hace unos catorce años renunciaron a la vida de condómines de Isla Verde para mudarse a Jayuya y practicar contra viento y marea la agricultura orgánica.

La agricultura orgánica es un conjunto de prácticas y conceptos encaminados a unir la producción de alimentos saludables con la protección ambiental. En ella se evita el uso de sustancias tóxicas como insecticidas y herbicidas, las cuales han sido científicamente vinculadas a la destrucción ambiental y a enfermedades degenerativas en seres humanos.

Nos cuenta Rebecca que su deseo de irse a la montaña a sembrar surgió en un viaje de compras a un supermercado. “Observé que gran parte de las frutas y vegetales que ahí se vendían venían del extranjero. Me pregunté entonces cuán viable puede ser este país si no produce sus propios alimentos. No es que yo pretenda que produzcamos todo lo que consumimos. Pero debemos procurar que una porción sustancial de lo que comemos sea de aquí”.

Nada en sus trasfondos los cualificaba para ser agricultores. Ella era profesora de cómputos y él de ciencias físicas. Siendo ambos profesionales académicos a mitad de carrera, su movida a la agricultura no parecía el acto más sensato. Pero como diría el poeta Robert Frost, tomaron el camino menos recorrido. Encontraron el lugar para perseguir su sueño en una parcela en Jayuya en el costado norte del Cerro Punta. Fundaron ahí la finca experimental La Armonía.

Una revolución global

La agricultura orgánica ciertamente es una revolución mundial. Hoy día 59 millones de acres alrededor del mundo están dedicados al cultivo orgánico, según Miguel Altieri, profesor de agroecología de la Universidad de California, recinto de Berkeley. Nueve millones de estos acres están en Europa: Alemania tiene alrededor de ocho mil fincas orgánicas, mientras que Italia tiene unas 18 mil.

Los beneficios para el consumidor están bien documentados. En 1998 la revista Consumer Report analizó mil libras de productos orgánicos y convencionales (no orgánicos), y encontró que las cantidades de pesticidas en los orgánicos era insignificante, mientras que los convencionales tenían residuos significativos con toxicidad sustancial. En 2001 el Journal of Alternative and Complementary Medicine evaluó 49 estudios que comparaban los méritos nutricionales de productos orgánicos y convencionales, y encontraron que los orgánicos tienen 27% más vitamina C, 21% más hierro, 29% más magnesio y 14% más fósforo.

“Estudios han comprobado que las fincas orgánicas pueden ser tan productivas como las convencionales, pero sin usar agroquímicos”, dice Altieri. “También consumen menos energía, a la vez que conservan los suelos y el agua”. La evidencia muestra de manera contundente que “los métodos orgánicos pueden producir alimentos para todos, y hacerlo de generación en generación sin desgastar recursos naturales”.

Llegar

El viaje desde el área metro hasta La Armonía es toda una experiencia en sí misma. Llegar a Jayuya por la carretera 149 es espectacular o espeluznante, dependiendo de lo que uno piense de los barrancos.

Quien sepa llegar al Parador Gripiñas sabrá llegar a la finca. Sólo pásele de largo y continúe el camino hacia arriba, arriba, arriba. En el camino el Cerro Punta se asoma como un benévolo vigía, dando un sentido de dirección. Si uno guía en dirección hacia el cerro, no puede perderse.

El camino se va poniendo más angosto, las curvas más cerradas, las jaldas más inclinadas. Después de un punto se ven menos casas y más miramelindas. Blancas, rosas, lilas, estupenda flor que se marchita si es llevada a la congestionada área metropolitana.

Al final del camino hay un portón que es sin duda la entrada a La Armonía. Pero el viaje ahora debe continuar a pie. Mi carrito de ciudad, acostumbrado a la suburbia, no podría nunca pasar por esas piedras. Miramelindas por todos lados, sinfonía de colores.

La presencia exuberante de esas florecitas indica que en la finca no se usan herbicidas, sustancias químicas comúnmente usadas en la agricultura convencional para exterminar vegetación. Algunos irresponsables usan estos agroquímicos como si fueran agua, dejando paisajes rurales luciendo como si hubieran sido cubiertos de agente naranja o napalm.

Al llegar a la casa no hay nadie, excepto por un perro manso y ciego que me “mira” con ojos sin pupilas. Sigo caminando jalda arriba por las veredas, la cima del Cerro Punta prácticamente frente a mí. Finalmente veo decenas de lechos sembrados de vegetales y verduras, y más adelante se oye cuesta arriba entre los árboles la voz de Rebecca. Allá arriba estaba ella con Juan José enseñándole la finca a una visita. Yo me arrimo al grupo y me uno al tour.

La diversidad biológica de la finca impresiona. La ausencia de pesticidas tóxicos y la proximidad al bosque estatal Toro Negro atraen una gran variedad de pájaros como el tordito lustroso, la reinita común, distintas variedades de zumbador, el bienteveo, la reina mora, el carpintero, el guaraguao, la tortolita y la paloma turca. Entre los árboles que habitan la finca hay leguminosos fijadores de nitrógeno, como leucaena, caliandra, flemingia y desmodium; y también autóctonos como guava, acacia, ortegón, moralón, caoba, acetillo, camasey y maga.

Y por supuesto, la siembra. No es un aburrido monocultivo con plantas en fila india hasta el horizonte, sino una pequeña fiesta de diversidad, color y sabor: perejil, remolacha, tomate, ají dulce y picante, apio, arúgula, broccoli, china, bok choi, flores comestibles, nabos, varios tipos de mostaza, habichuela, lechuga, lerene, limón dulce, malanga, menta, pepinillo, pimiento, rábano, recao, toronja, yautía, zanahoria, guineo, y mucho más.

No es tan sencillo


En nuestra larga conversación, una de las mayores preocupaciones que expresó Rebecca es sobre el escabroso tema de la certificación. La certificación es asunto central en la agricultura orgánica, y surge de la necesidad de establecer criterios para evitar que listos pasen gato por libre y engañen al consumidor vendiendo productos como orgánicos cuando no lo son.

Suena sencillo, pero a fin de cuentas, ¿qué es orgánico y quién decide lo que es orgánico? ¿Bajo qué criterios? ¿Y quién decide esos criterios? Bajo el actual estado de derecho, es el gobierno federal el que tiene la última palabra. Desde 2002, el Departamento de Agricultura federal (USDA) tiene control sobre el término “orgánico”. Nadie puede vender un producto como orgánico sin tener el sello “USDA Organic”.

El USDA autoriza ciertas instituciones para llevar a cabo el trabajo de certificación. Estas instituciones autorizadas -universidades estatales o firmas privadas- son las que llevan a cabo las inspecciones necesarias y tienen el poder para otorgar o negar la certificación.

Pero no es tan sencillo. Algunos agricultores han planteado que el proceso de inspección y certificación impondrá costos colosales que multiplicarán el precio del producto. Otros temen que se forme una “mafia orgánica” que impondrá sus criterios de manera caprichosa y arbitraria para que sólo unos pocos productores puedan participar del mercado orgánico.

Nos explica Rebecca que la problemática tiene muchos ángulos y perspectivas válidas, ya que no es menos cierto que hay varios agricultores en Puerto Rico que creen ser orgánicos pero que en realidad no tienen claro qué significa el término. Algunos de ellos entienden que se está siendo injusto con ellos.

Independientemente de los diferentes puntos de vista en torno a esta controversia, es un hecho que los consumidores tienen el derecho innegable de verificar la autenticidad del producto vendido como orgánico. Cuando ellos confíen en que no se les está estafando, entonces veremos el crecimiento en Puerto Rico de una agricultura saludable y ecológica, sin venenos, para que así las miramelindas puedan florecer donde quieran.


Publicado en Revista Domingo / El Nuevo Día, 31 de julio 2005
http://www.endi.com/

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