martes, marzo 07, 2006

ENTREVISTA A ELÍAS DÍAZ PEÑA, HIDRÓLOGO Y ECOLOGISTA DE SOBREVIVENCIA

"El grado de destrucción del agua en el Paraguay requiere una acción decidida y urgente"


Nuestro entrevistado es, sin duda, uno de los referentes más serios en materia de políticas ambientales, tarea a la que se dedica en Sobrevivencia Amigos de la Tierra, organización que cumple dos décadas de existencia.

Antonio V. Pecci | Periodista
apecci@uhora.com.py

—¿Cómo fue para crear Sobrevivencia a mediados de los 80, en un contexto político hostil?

—En los años 80, no solamente el contexto político era hostil, sino también la conciencia de la población era casi totalmente ajena a la problemática ambiental, más aún encarada desde el punto de vista social. Nuestro trabajo inicial estaba dirigido principalmente a los problemas ambientales que sufrían las comunidades locales más desprotegidas, de indígenas, campesinos, pobladores de los sectores inundables de la zona metropolitana de Asunción. Muy pronto se nos hizo evidente que no se podía encarar la solución de los problemas de estas comunidades sin enfrentar sus causas más profundas, las causas subyacentes de la deforestación, la desertificación, lo que nos llevó al cuestionamiento del modelo de desarrollo global, ligado estrechamente en nuestro país a una coyuntura política desarrollista y autoritaria, que no aceptaba réplica alguna. Entonces se formó Sobrevivencia como una organización de activistas. Y esa visión permanece hasta ahora.

—El país ha sufrido una verdadera devastación en materia de sus grandes bosques y la irrupción de grandes extensiones para el cultivo de la soja. ¿Cómo ven ese proceso y sus consecuencias?

—Uno de los mayores bienes naturales del Paraguay eran los grandes bosques del Alto Paraná, parte integral de la llamada Selva Atlántica, que originalmente abarcaba más de 1.500.000 kilómetros cuadrados en Brasil, Paraguay y Argentina. Esta selva, aparte de su inmensa riqueza en diversidad biológica, era y aun es hábitat de pueblos indígenas que la utilizaron para desarrollar sus culturas durante miles de años sin causar el más mínimo deterioro a su integridad. Al mismo tiempo, esta selva era el segundo mayor bioma productor de agua dulce en el continente, después de la Amazonia.

—¿Cuál es la realidad actual?

—Hoy, solo quedan pequeñas islas de esta gran selva. Las comunidades de pueblos originarios están arrinconadas en cada vez más pequeñas parcelas boscosas. Estas y las comunidades campesinas que fueron asentadas en este territorio por defectuosos programas de reforma agraria están hoy rodeadas de inmensas extensiones de soja cuyo proceso de producción ha destruido y envenenado sus fuentes y cursos de agua, que antes eran fuentes de vida y de alimentos y hoy están prácticamente muertos. El sistema de monocultivo de soja, como todo monocultivo a gran escala, envenena y destruye los cultivos tradicionales (base de nuestra alimentación); produce enfermedades y muerte por intoxicación con agrotóxicos; expulsa a sus miembros a los cinturones de pobreza y a las calles de las ciudades.

Una acción decidida

—¿Hace falta en Paraguay un plan nacional de manejo de aguas, tendiente sobre todo a evitar la contaminación de grandes cursos, como los ríos y lagos?

—El grado de destrucción del agua en el Paraguay requiere una acción decidida y urgente, que incluye la restauración de los territorios que la producen, es decir, las cuencas hídricas, las áreas de recarga de los acuíferos, los humedales. Este proceso de restauración no se puede llevar adelante sin un fortalecido y adecuado marco legal e institucional y sin la construcción de una ciudadanía consciente que participe activa y efectivamente a nivel local y nacional. Tampoco puede encararse sin una cooperación regional efectiva en la gestión de los ecosistemas transfronterizos.

—¿Se ha avanzado algo en ese sentido?

—La aprobación de la Política Ambiental Nacional ha sido un primer paso importante en esta dirección. La promulgación de una ley de aguas que contemple el carácter esencial del agua para la vida y su acceso como un derecho humano fundamental, así como la relación estrecha entre la existencia y disponibilidad de agua sana y el manejo sustentable de los territorios serán otros pasos, así como la promulgación y aplicación de una ley de ordenamiento ambiental del territorio nacional. Todo esto requiere además de instituciones democráticas fuertes y de una ciudadanía consciente, informada, activa, y que actúe como contralora.

—El acuífero Guaraní es motivo de un creciente debate en el Mercosur. ¿Cómo ven ese proceso?

—Un aspecto importante que hasta ahora se ha soslayado de las discusiones sobre el acuífero Guaraní ha sido el estado de su mismo origen: sus áreas de recarga. Prácticamente la totalidad del área de recarga que alimenta al acuífero Guaraní es parte del territorio de la Selva Atlántica, hoy en su mayor parte transformada en gigantescas extensiones de soja e inescrupulosamente rociada con agrotóxicos, lo que, por un lado, ya debe haber disminuido el volumen anual de recarga del acuífero y, por otro, irá contaminándolo con efluentes tóxicos. La conservación de las zonas aún remanentes de la selva en esta área de recarga y la restauración de los ecosistemas en las zonas destruidas deben formar parte integral de un plan de gestión de este y de cualquier otro acuífero (por ejemplo, el acuífero Patiño, que provee de agua a la mayor parte del área metropolitana de Asunción y cuya área de recarga está precisamente cubierta —y por tanto destruida— por esta gran masa urbana).

—¿Qué hacer en este caso?

—El uso de los caudales del acuífero debe plantearse en el marco de las condiciones para su sustentabilidad, que incluye el funcionamiento de mecanismos democráticos que aseguren la soberanía sobre este bien natural esencial. Aquí es donde la connotación de Patrimonio de la Humanidad debe significar la defensa, sin escatimar recursos de todo el planeta, de este bien natural que es el acuífero Guaraní, y la defensa de las comunidades que lo mantuvieron sano, los mal llamados pobres que usualmente son objeto de exclusión ambiental. Muy al contrario, gracias a ellos mantenemos ese patrimonio natural que ya no poseen los países industrializados, bienes que se agotaron en esos países por la lógica de la explotación, la concentración y el consumismo desmedido.

El acuífero Guaraní es la mayor reserva de agua dulce a nivel mundial y tiene una extensión de 1.200.000 km2. Abarca territorios de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, por lo que su uso y protección requieren un plan común de manejo entre los cuatro países.

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