La defensa de Pachamama y las contradicciones del cambio
En los primeros días de enero, que en Bolivia marcan el comienzo del verano, el gobierno de Evo Morales convocó a una conferencia internacional en Cochabamba entre el 20 y el 22 de abril, en defensa del planeta. La “Conferencia mundial de los pueblos sobre el cambio climático y los derechos de la Madre Tierra”.
Además de los políticos realmente preocupados con el cambio climático, se invita sobre todo a organizaciones ecologistas, especialistas, científicos e investigadores, movimientos indígenas y campesinos, comunidades en lucha y resistencia, y altermundistas de toda tendencia.
En pocas palabras, todos los hijos y los ahijados de Pachamama, la Madre Tierra, dispuestos a salvarla de los venenos mortíferos del “progreso”. Del encuentro saldrá casi seguramente una plataforma común que será llevada a la cumbre mexicana para fines de año (Cancún, 29 noviembre-10 diciembre 2010).
En la convocatoria al encuentro de Cochabamba emergen algunas verdades incontrovertibles: la constatación que el cambio climático es un producto del sistema capitalista; el dato que 75 por ciento de los gases que provocan el efecto invernadero se originan en los países “irracionalmente industrializados” del Norte; la responsabilidad del fracaso de la reciente cumbre de Copenhague, atribuida a los países desarrollados que no quieren reconocer su deuda climática con los países en desarrollo, las futuras generaciones y la Madre Tierra.
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Bolivia, hasta ayer la Cenicienta de la región, el país más pobre e indio de América del Sur, el más explotado y olvidado, en enclaustramiento
geográfico y psicológico, pretende hoy encabezar la marcha de quienes luchan por un mundo más justo y habitable, un mundo posible, necesario y cada vez más urgente, viendo la estela de destrucción sembrada por la economía neoliberal.
Evo Morales, el aymara reconfirmado como presidente por otros cinco años con más del 64 por ciento de los sufragios, también ha lanzado la idea de un referéndum mundial sobre el medio ambiente, de un tribunal internacional por los crímenes ecológicos y de una carta de los derechos de la Madre Tierra, considerada como un ser vivo —y dador de vida— dotado de personalidad jurídica. Es el mismo Morales que corrió del país a la DEA estadunidense por intervenir los teléfonos del gobierno boliviano, el mismo que dijo a Amy Goodman con transparente simplicidad: “El neoliberalismo no es ninguna solución para la humanidad, simplemente no es viable.”
El clima que se respira en La Paz, luego del triunfo del MAS (Movimiento Al Socialismo) en las elecciones del 6 de diciembre, es relajado y optimista. El aire, a pesar de la altitud, no es precisamente puro: demasiados carros, gasolinas de baja calidad, la cuenca que hospeda a la capital es una gran olla. Los transeúntes a lo largo del Prado, la avenida principal, no se chivean frente a la telecámara, al contrario, sonríen, bromean. Casi todos se declaran favorables al gobierno (tres de cuatro), pero nadie renuncia a la crítica.
Acerca del famoso “socialismo del siglo XXI” pocos se pronuncian, algunos lo vislumbran, los más cultos hablan de una Bolivia emergente “nacional y popular”, los informados citan la nueva Constitución, que asume la edificación colectiva de un “Estado unitario social de derecho plurinacional comunitario”. ¿Bonitas palabras, programas estimulantes o realidad en movimiento, aunque entre mil obstáculos y contradicciones? Prácticamente todos concuerdan en un punto: desde la revolución de 1952 la sociedad, la economía y la política de Bolivia no se habían movido tanto.
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Idolatrado por las naciones originarias (quechua, aymara, guaraní y los 30 pueblos amazónicos), que en Bolivia constituyen la mayoría de la población —“Evo es Tupac Katari” gritan los grafitis, evocando la imagen del rebelde al imperio español del siglo XVIII— el presidente Evo Morales es igualmente detestado por las oligarquías locales, hoy en día desarticuladas y reducidas a gruñir en las provincias orientales, así como por el gran capital transnacional, que lo considera un subordinado de Fidel Castro y Hugo Chávez.
Las críticas a su administración provienen de la derecha, contra los bonos sociales, o sea los subsidios mensuales a escolares y ancianos; el ambientalismo es ignorado; la gestión plurinacional es acusada de “aymarocéntrica”. Pero también desde la izquierda: la reciente candidatura para el gobierno del departamento del Beni (las elecciones tendrán lugar en abril y el Beni es uno de los departamentos de la “media luna oriental” hostiles al actual gobierno) ha sido asignada por el MAS a Jessica Jordan, cuyo único merito ha sido su participación en el concurso de Miss Universo en 2007 como representante de Bolivia. La designación está provocando protestas de muchas organizaciones sociales y de militantes de base del MAS.
Otra crítica desde la izquierda es la de haber abierto las puertas del MAS a grupos de la derecha militante de Santa Cruz de la Sierra, que siempre han practicado la agresión física y la desestabilización política bajo la bandera de la autonomía y el separatismo y que ahora se habrían “convertido” de repente al socialismo, naziskins incluidos.
En las filas de los nuevos cuadros gubernamentales —muchos intelectuales de sólida formación marxista, catapultados de la oposición y del refugio en universidades y ong a responsabilidades de gobierno—hierve la discusión. ¿Cómo aplicar las recetas de la industrialización, considerada necesaria para un país pobre y atrasado, y de un crecimiento económico sostenido, sin provocar los daños atroces y las distorsiones irreparables del viejo “socialismo real” o del nuevo modelo chino, ideológicamente indefinible pero ecológicamente devastador?
¿Cómo impedir a Brasil la construcción de dos megacentrales hidroeléctricas en el río Madera, que causarán la inundación de enormes territorios bolivianos y un daño al ecosistema y a la agricultura nacional? ¿Cómo bloquear las concesiones petroleras en el lago Titicaca, que el gobierno peruano está otorgando al por mayor a compañias de todo el mundo, ignorando que la biósfera del lago, sujeta a una reglamentación específica, es compartida entre Perú y Bolivia y administrada por una autoridad binacional? ¿Cómo frenar el deshielo de los glaciares de los Andes, que constituyen la mayor reserva de agua potable de la región y son un elemento vital para la Amazonía?
La nueva Bolivia no sólo ha dejado de ser tímida, sino que parece decidida a aumentar la apuesta. Ya ha dado los primeros pasos, pisando firme en los tema de antirracismo y orgullo identitario, educación y salud, reapropiación de los recursos y dignidad nacional. Mucho camino queda por delante, pero es posible que en abril a Cochabamba se encuentren muchos compañeros de viaje.
Etiquetas: Bolivia, La Jornada
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