Puerto Rico y la yuca de Bill Gates
Carmelo Ruiz Marrero
En más de una ocasión me he topado con biotecnólogos del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM), quienes tras informarme de su trabajo desarrollando cultivos transgénicos rápidamente me aseguran, como anticipando un sermón de mi parte, que “no se trata de biotecnología Monsanto” y que nada tienen que ver con esa detestable corporación, que sus transgénicos no son funcionales a los intereses comerciales de las grandes empresas de biotecnología. Inevitablemente, la conversación lleva entonces a una discusión sobre si la biotecnología (entiéndase transgénicos) es buena o mala de por sí. Dicen, como discurso memorizado, que las tecnologías no son buenas ni malas per se, que son neutras y que por lo tanto lo único que importa es quién las utiliza y con qué fin.
Acto seguido, me recitan los mitos de que Norman Borlaug y su revolución verde salvaron millones de vidas, y que los métodos agroecológicos de producción no pueden nunca tener los rendimientos de la agricultura industrial convencional que usa agroquímicos (ya ese discursito lo he escuchado mil y una veces). Sobre los riesgos inherentes de los alimentos transgénicos a la salud humana, ignorancia total, ni vale la pena preguntarles si han oído de Jeffrey Smith, G.E. Seralini o Arpad Pusztai (1). En cuanto a la inevitable contaminación transgénica provocada por la dispersión incontrolable de polen y semillas, le restan importancia o simplemente la niegan (si los catedráticos con doctorado no se han enterado, cualquier jíbaro les puede informar que la tendencia de la semilla es a propagarse). Sobre el histórico estudio de Chapela y Quist, o no se han enterado a estas alturas o dicen erróneamente que éste ha sido desacreditado (2). En fin, Monsanto, Syngenta y Dow no tienen nada que temer del discurso “crítico” de los biotecnólogos progresistas. Al contrario, les viene como anillo al dedo.
Los biotecnólogos del RUM proclaman con mucho orgullo que están desarrollando una yuca transgénica con contenido nutricional mejorado, con fondos de la Fundación Bill & Melinda Gates. El campo de prueba está en la subestación experimental de la Universidad de Puerto Rico en el municipio de Isabela, justo en el lado norte de la carretera 2, casi en Aguadilla. ¡Y qué coincidencia que justo al otro lado de la carretera están las oficinas de Monsanto Caribe y un predio de sobre 325 acres de sus siembras transgénicas! Y justo al lado de la subestación, al oeste, hay un parque de antenas militares, posiblemente tan grande como la subestación misma, que constituyen parte de una red de comunicaciones a ser usada por el Pentágono en caso de una guerra nuclear. No es que una cosa tenga que ver con la otra, pero me parece magnífico tener lado a lado dos símbolos de la dominación colonial que vivimos, el complejo militar-industrial y el complejo biotecnológico corporativo, dos recordatorios de que nosotros los puertorriqueños no mandamos en nuestro país y que ninguna injerencia tenemos en nuestro propio destino.
Los defensores de los transgénicos pueden hablar todo lo que quieran acerca de cómo estas novedosas semillas ayudan a combatir el hambre, pero no pueden negar el siguiente hecho: después de década y media de siembra de cultivos transgénicos, hoy hay más hambrientos que nunca antes en la historia. Tras la crisis alimentaria de 2008, en la cual los precios de los alimentos básicos se dispararon hacia el cielo, el número de personas con hambre ha superado por primera vez la cifra de los mil millones.
Las causas de este desastre han sido harto discutidas (3), con las organizaciones GRAIN, Food First y Vía Campesina ofreciendo los análisis más acertados y oportunos (4-6). Las causas tienen poco o nada que ver con un aumento en la población mundial o un alza en la demanda de India y China, como nos quiso hacer creer la administración Bush (7), y mucho que ver con especulación, años de nefastas políticas de “ajuste estructural” impuestas sobre los países pobres por el Fondo Monetario Internacional e instituciones regionales afines, políticas neoliberales y de libre comercio forzadas por la Organización Mundial de Comercio y tratados bilaterales, y el uso de millones de acres de tierras agrícolas para hacer etanol y biodiesel para alimentar los carros de los países adinerados. Los cultivos transgénicos no pueden ni podrían nunca atender estos problemas, que son las causas de fondo de la crisis alimentaria. Por lo tanto, esta tecnología no podrá jamás poner fin al hambre, ni siquiera reducirla, ni aún si fuera controlada por técnicos progresistas, por profunda que sea su conciencia social.
Pero el discurso pro-transgénicos es obstinado y transforma su apariencia con la misma facilidad que el villano en la película Terminator 2. Los sectores más videntes y hábiles de la llamada 'revolución biotecnológica' ahora nos están dando la razón a nosotros los críticos en varios asuntos claves. Reconocen que los cultivos resistentes a herbicida en nada ayudan a combatir el hambre, y que las patentes sobre la vida y las semillas suicidas conocidas como 'Terminator' son totalmente contrarias a los intereses de los pobres y hambrientos del mundo. Nos conceden también que el control de un pequeño puñado de transnacionales sobre esta tecnología significa que ésta sólo se usará para aumentar sus márgenes de ganancia, por encima de cualquier consideración humanitaria o ambiental.
Pero su idea básica sigue siendo la misma: quieren arropar al mundo de transgénicos. El argumento de ahora- cuyo principal exponente es Gordon Conway, presidente de la Fundación Rockefeller (8)- es que hay que procurar que hayan cultivos biotecnológicos que sean desarrollados por instituciones sin ningún ánimo de lucro, que tales instituciones concentren sus recursos en cultivos que si bien son de poco interés para las transnacionales, son vitalmente importantes para la supervivencia de los pobres, y que se dediquen al desarrollo de rasgos de relevancia al problema del hambre, como la incrementación del contenido nutricional. Y por supuesto, que estas semillas milagrosas no sean patentadas y que sean libremente distribuidas. Sería entonces un emprendimiento desinteresado, por el bien de humanidad, ¿no?
El desarrollo de estos transgénicos "de buena voluntad", que ya está tomando vuelo, es parte del proyecto del filantro-capitalismo del siglo XXI. Este modelo de caridad es impulsado por gente que tiene demasiado dinero, como Bill Gates, George Soros, Warren Buffet, Richard Branson y los billonarios de Google, y racionalizado por el foro elitista de Davos y por personalidades internacionales como el influyente Jeffrey Sachs y el ridículo Bono. Sostiene, como postulado principal, que el estado, las agencias de la ONU y las ideologías políticas han fracasado en poner fin al hambre y la pobreza, y que por lo tanto es imperativo que tomen acción un grupo selecto de capitalistas exitosos, que utilicen la eficiencia de la empresa privada para salvar el planeta.
El monopolista convertido en filántropo Bill Gates ha desarrollado un interés en el hambre en Africa que sólo puede ser considerado como morboso, especialmente en vista de que en Asia hay más gente hambrienta. Para acudir al rescate de los africanos ha unido fuerzas con los Rockefeller, quienes al igual que él saben mucho de monopolios, además tienen todo un siglo de experiencia en financiar investigación agrícola, y de hecho prácticamente inventaron la filantropía moderna. Juntos, las fundaciones Gates y Rockefeller fundaron la Alianza para una Revolución Verde en Africa (AGRA).
A través de su proyecto Grandes Retos en la Salud Global , la fundación Gates financia Biocassava Plus, un consorcio de once instituciones (una de las cuales es el RUM) dedicado a mejorar el contenido nutricional de la mandioca y otros tubérculos esenciales para la nutrición en África mediante técnicas de fitomejoramiento convencional y biotecnología transgénica.
Como si el hambre en Africa se debiera a malas semillas, y no a desigualdades económicas (que se hacen valer mediante terror de estado), relaciones de comercio neocoloniales (tratados de libre comercio, OMC), la incosteable deuda externa y guerras genocidas (relacionadas al acceso a recursos minerales e hidrocarburíferos).
Como si no hubiera africanos opuestos a los transgénicos y a los designios de Gates y Rockefeller (9).
Como si la sociedad civil africana no hubiera presentado- una y otra vez, hasta el cansancio- propuestas alternativas basadas en bancos comunitarios de semillas, agroecología, soberanía alimentaria y reforma agraria.
Se nos dice que la yuca humanitaria que están probando en Isabela nada tiene que ver con los intereses de lucro de la industria de biotecnología. Pero, ¿Cuán independiente es esta yuquita?
La principal institución del consorcio Biocassava Plus es el Danforth Plant Science Center, ubicado en la ciudad estadounidense de St. Louis. ¿Y qué más está en esa ciudad? La sede de Monsanto. Y no es meramente que ambos estén en la misma ciudad. El centro Danforth está literalmente frente a Monsanto. El complejo de oficinas y laboratorios de Monsanto está en el suburbio de Creve Coeur al sur de la carretera 340, y al lado norte de la carretera está el edificio del centro Danforth. El predio de 40 acres donde está el edificio, un terruño valorado en $11.4 millones, era de Monsanto y fue donado por la compañía. Al ser fundado en 1998, recibió una donación de $70 mil del Monsanto Fund, división caritativa de la empresa. Hugh Grant, no el actor sino el jefe de Monsanto, está en la junta del centro Danforth.
El presidente fundador del centro, el biólogo Roger Beachy, trabajó con Monsanto en el desarrollo de las primeras plantas transgénicas cuando era profesor en la Washington University en St. Louis. El pasado mes de octubre el presidente Obama seleccionó a Beachy para dirigir una nueva dependencia del Departamento de Agricultura, el Instituto Nacional de Alimentos y Agricultura (NIFA). Este instituto fue fundado por recomendación del Danforth Task Force, un grupo de trabajo dirigido por nada menos que William Danforth, precisamente el fundador del centro que lleva su nombre. ¡Con una relación así de incestuosa entre el poder público y privado, cualquiera puede conseguirse un buen guiso en el gobierno! Al entrar a su nuevo puesto en NIFA, Beachy expresó apoyo a alianzas entre universidades y corporaciones como Monsanto, dijo también que los transgénicos son seguros y por lo tanto no deben ser etiquetados, y manifestó que estándares de seguridad que aplican a las grandes empresas agrícolas deben ser aplicados también a pequeñas fincas, incluyendo las orgánicas- esto último tiene muy preocupados a ambientalistas y agricultores orgánicos.
En definitivas cuentas, la yuca de Bill Gates no es independiente de las estrategias de Monsanto. Tenemos que concluir que lejos de ser un proyecto humanitario y desinteresado, es un emprendimiento encaminado a lograr un golpe de relaciones públicas que ablande la oposición del público a los productos transgénicos. Y también facilitar la entrada de las corporaciones de biotecnología- con sus semillas patentadas- a ese gran mercado sin conquistar que es Africa, uno de los últimos lugares en la tierra que le queda a las compañías del agronegocio para expandirse.
Ante estos señalamientos, los militantes de la revolución biotecnológica se retiran a su última trinchera de resistencia: la queja. Que somos negativos, que nos oponemos a todo, que no proveemos alternativas aparte de una visión idealizada de la agricultura orgánica. Los universitarios que quieran sinceramente combatir el hambre y abrirse a nuevas ideas, les pido solamente una cosa: que se familiaricen con la Evaluación Internacional del Conocimiento Agrícola, Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (IAASTD), un enorme documento que es a la agricultura mundial lo que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático es al calentamiento global (10).
El informe IAASTD, redactado por sobre 400 expertos- de agencias internacionales, la comunidad científica, organizaciones no gubernamentales y la empresa privada- que recopilaron datos e informaciones de miles de otros colegas de todas partes del mundo, y sometido a dos procesos independientes de revisión por los pares, constituye la más minuciosa evaluación de la agricultura mundial jamás realizada. Fue financiado por organismos intergubernamentales como el Banco Mundial, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, la UNESCO y la Organización de Alimentos y Agricultura de las Naciones Unidas (FAO), entre otros. Concluyó que continuar con el modo de producción agrícola industrial de la revolución verde no es una opción. Como alternativa, los autores del informe recomiendan la producción agroecológica en pequeña escala que utiliza recursos locales, precisamente lo que agricultores orgánicos llevan haciendo desde siempre. Con respecto a los cultivos transgénicos, el IAASTD expresó escepticismo y aconsejó cautela, lo cual no le cayó bien a la industria de biotecnología.
Este histórico e importantísmo informe ha sido estudiosamente ignorado por los supuestos expertos académicos que creyéndose dueños de la verdad han decidido hacerse de oídos sordos a todas las voces alternativas y dedicarse de manera obcecada a construir el mundo Monsanto. Si no tomamos acción a tiempo para cambiar esta situación, Puerto Rico quedará en el papel ridículo y tragicómico de haber prestado su territorio y sus egresados universitarios para facilitar el desarrollo de una biotecnología innecesaria, de riesgos inaceptables, y que es objeto de un rechazo creciente por el mundo entero.
- Ruiz Marrero, autor, educador y periodista ambiental, dirige el Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico (http://bioseguridad.blogspot.com/)Etiquetas: Carmelo, Puerto Rico, Yuca
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