EDITORIAL DE HORIZONTE SUR A LA INTEMPERIE 18 DE MAYO 2010
El exabrupto de Calamaro en Montevideo sobre los asambleístas de Gualeguaychú, exhibe una vez más, un aspecto terrible de, al menos, una cierta izquierda rioplatense, aspectos que nos hemos resistido a reconocer, suficientemente, porque nos enfrentan con ese espejo roto de nuestra identidad mezclada y diversa, ese espejo que nos fragmenta la imagen y nos la devuelve distorsionada. Es el drama de ser pueblos mestizos y semicolonizados, el espejo roto nos obliga a reconocer en nuestra imagen desfigurada la caricatura de una modernidad tardía... Me refiero a esa cultura progresista y de izquierda que llama despectivamente “facho” a todo aquello que no comprende, que la conduce a sobrevaluar los criterios tradicionales de crecimiento y de modernización de las sociedades, en versión europea por supuesto, y que invisibiliza o desprecia otros criterios que podrían relacionarse con la felicidad y con la dignidad de la gente, con la escala humana de los desarrollos, con la recuperación de sus identidades culturales o la preservación del ambiente en el que viven. En la Argentina tanto como en el Río de la Plata, zona de profundos mestizajes y de enorme proporción de inmigración europea, incorporada a movimientos criollos no consumados, aquellas alienaciones modernizantes son moneda corriente y sus creencias y valores conforman el entramado vulgar del pensamiento de los sectores medio, aunque su influencia se extienda también, a otros sectores, conformando un pensamiento dominante.
Durante años nos referimos al horror transgénico, decíamos que difícilmente haya otro país tan ocupado y tan permisivo para los cultivos y para los alimentos originados en semillas modificadas genéticamente como la Argentina. Solo un ominoso silencio nos respondía. Pese a todas las campañas de esclarecimiento, continúa habiendo muchísimo gente en la Argentina que no puede vivir sin su milanesa de soja transgénica cotidiana. Lo mismo respecto a las bebidas dietéticas. Les encanta el gusto del Aspartamo de Monsanto en la coca o en los yogures, cuando basta abrir Internet para comprobar la cantidad de organizaciones de víctimas de estos productos, que se conforman en el mundo para exponer sus penurias y demandar a las empresas. No es un tema meramente político y de emancipación nacional como pudo ser para el Mahatma Gandhi el usar o no usar las telas inglesas, aquí estamos refiriéndonos de manera gravísima a la propia salud y además, a modos ciertos aunque imprecisos, de cómo se afectaría la propia descendencia. Cada día nos llegan nuevas investigaciones realizadas por laboratorios e instituciones de ciencia, que dan razón a nuestras prevenciones y a las de millones de consumidores europeos, acerca de estas comidas transgénicas o chatarras. No es exagerado hablar del horror transgénico, es tan solo una realidad que se ha implementado con una extendida red de complicidades, tanto en los técnicos, cuanto en los funcionarios y en la dirigencia política, todos ellos han sido obedientes a los intereses corporativos y sumisos ante los dictados del pensamiento tecnocientífico empresarial, pensamiento que rige hegemónico, en todas las instituciones del Estado argentino y en las Universidades.
Lamentablemente, en la izquierda rioplatense, ahora en el gobierno, siguen imponiéndose criterios extractivistas, productivistas, de exportación y de crecimiento, mientras se continúa menospreciando todo aquello que tenga que ver con los desarrollos locales o ecolocalismos y con la soberanía alimentaria. Comprendamos que no se podría haber llegado a las veinte millones de hectáreas de soja y otras muchas de pinos y eucaliptos, la instalación y dominio de los agronegocios tanto en la producción como en el procesamiento de alimentos, la instalación de pasteras como Botnia y tantas otras que se planifican, si no hubiese habido amplios consensos para ello o al menos cómplices silencios de una oposición aturdida en el mejor de los casos por las ideas de progreso y que, además, acepta los vientos de cola que le llegan desde los mercados globales y desde las Corporaciones.
Por varias razones, el exabrupto de Calamaro me duele particularmente. Me duele por todo lo que expliqué, pero también me subleva porque es demagógico, porque esta dicho ante una audiencia que más que preparada está condicionada para repudiar el esfuerzo del pueblo de Gualeguaychú en defensa del Río Uruguay, cuyo tratado fue vilmente traicionado por unos y permitido con estulticia por los otros, tal como implícitamente reconoce el fallo de la Corte de la Haya. Una audiencia condicionada, asimismo, para sobrevalorar la idea de empleos posibles y de inversiones extranjera en términos de crecimiento y de producto bruto. Me subleva asimismo lo dicho por Calamaro, porque alienta el creciente rol de un Estado tapón que olvidando sus memorias históricas y las luchas de Artigas, de Lavalleja y Aparicio Saravia, se ubica como país bisagra de los dos grandes de América del Sur, medrando abiertamente con las diferencias y con las tensiones del MERCOSUR, y engordando con los capitales que emigran y la soja argentina que sale por Nueva Palmira, para evadir de ese modo las retenciones que le corresponderían. Que la Argentina no tiene autoridad moral para juzgar o reprochar al Uruguay sus políticas con Botnia? Estoy de acuerdo y he sido de los primeros en manifestarlo, pero también digo que eso no exculpa a los antiguos Tupamaros que prometieron revolucionar el mundo… y ahora se hacen cómplices de la papelera Botnia y responsables de sus contaminaciones sobre el ambiente…
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Jorge Eduardo Rulli
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Etiquetas: Argentina, GRR, Horizonte Sur, Rulli, Uruguay
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