Luis Hernández Navarro
En el mapa de los modernos enclaves urbanísticos de la globalización Cancún ocupa un lugar privilegiado. Sol y sombra del desarrollo desbocado, la ciudad es, simultáneamente un emblema de la modernidad y del atraso. Cancún, “nido de serpientes” en lengua prehispánica, nació por decisión gubernamental hace casi cuatro décadas. Una isla desierta, separada de tierra firme por estrechos canales que unían la mar con varias lagunas, y una ribera rodeada de selva virgen y playas poco exploradas –todos de enorme belleza natural– fueron convertidas en el polo de atracción turístico más importante del país.
Toneladas de concreto, varillas y vidrio hicieron nacer “el sueño de los banqueros”. Un impresionante negocio de constructores, políticos y cadenas hoteleras trasnacionales que han financiado la construcción de más de 27 mil cuartos de hotel y precipitado la formación de un núcleo urbano de más de 700 mil habitantes. Un proyecto que ha provocado un ecocidio y en el que miles de personas viven sin drenaje, y con pocos servicios de agua y electricidad.
Cancún es fuente captadora de divisas e imán que atrae a casi la mitad del turismo que llega a México, pero es, también, un ejemplo de pobreza. Población en crecimiento en una nación sin empleos, es punto de llegada de todo tipo de buscadores de oportunidades. Territorio para lavar dinero, para la trata de blancas y el narcotráfico, florecen allí fortunas e inseguridad.
Se trata en realidad de dos ciudades distintas, unidas por una ancha avenida, que comparten un mismo nombre. En un lado se encuentra la polis del esparcimiento y los paisajes privilegiados, en el otro la de la escasez. Pocos lugares más inadecuados para realizar una gran cumbre mundial sobre cambio climático.
Pero no sólo en Cancún hay muy poco cuidado con el medio ambiente. Sin exageración, puede decirse que México está ambientalmente devastado. Se ha convertido en un inmenso basurero. Sus acuíferos están contaminados, muchas de sus mejores sus tierras erosionadas y sulfatadas, y sus bosques destruidos. Granjas industriales y minas a cielo abierto descargan sus deshechos sin mayores precauciones. Grandes polos de desarrollo urbano emponzoñan los mantos freáticos y devoran las tierras de cultivo. Megaproyectos turísticos devoran playas y selvas vírgenes.
Por doquier se apilan toneladas de basuras tóxicas y no biodegradables: plásticos, baterías eléctricas, llantas, sustancias químicas nocivas y deshechos industriales. Aunque hoy están prohibidos, subsisten cementerios clandestinos de askareles, sustancias altamente tóxicas y peligrosas que en el pasado se utilizaron como aislantes y refrigerantes en transformadores y equipos eléctricos.
Sus efectos son crónicos, persistentes y bioacumulables. Pueden ocasionar cáncer y afectar el sistema hormonal.
De la mano de esta crisis ambiental camina una crisis sanitaria de grandes proporciones. El surgimiento de la gripe A/H1N1, el año pasado, de los chiqueros industriales porcinos de Perote, Veracruz, fue apenas una señal de alerta. Los centenares de basureros urbanos son enormes incubadoras de graves enfermedades.
Con regulaciones ambientales débiles y autoridades gubernamentales corruptas, con tratados comerciales –que como parte de las ventajas comparativas ofrecen la destrucción impune del ambiente–, los grandes consorcios multinacionales tienen licencia para devastar. La entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2004 dejó a México sin su principal ventaja comparativa para atraer capitales: la oferta de mano de obra barata. En los hechos, y sin declararlo públicamente, el gobierno ha ofrecido a las grandes trasnacionales una desregulación ambiental absoluta, un cerrar los ojos ante la violación de las leyes ecológicas existentes. Ha profundizado así una tendencia ya presente en el territorio nacional desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) en 1994.
Es México, la ley federal de manejo integral de residuos sólidos es, en los hechos, letra muerta; prácticamente ningún municipio en el país cumple con los procesos de separación, reciclaje y reuso al que obliga. Simultáneamente, se ha intensificado la privatización de los servicios públicos de recolección, transferencia y disposición final de basura.
Se trata de una degradación ambiental invisible que ha provocado numerosas protestas de quienes la viven cotidianamente. Defender el medio ambiente puede ser una actividad peligrosa. En ello le va la vida a quien lo hace, sobre todo si no es conocido o famoso. Rubén Flores Hernández, guardián de los bosques de Morelos, fue ultimado el pasado 28 de abril, por los saqueadores del sitio. No es el único. En los últimos años más de 30 ambientalistas han sido asesinados.
Para hacer visible esta invisible destrucción del medio ambiente Vía Campesina, la Asamblea de Afectados Ambientales y el Sindicato Mexicano de Electricistas han organizado seis caravanas que partirán desde distintos puntos del país rumbo a Cancún. A su paso harán evidente cómo el país se ha convertido en un enorme basurero tóxico. La COP 16 será así una vitrina privilegiada para hacer visibles las resistencias contra la devastación ambiental que existen en México, un escaparate en el que el mundo podrá observar la gravedad de la situación que se vive y desnudar a un gobierno que habla de defender el medio ambiente mientras favorece su destrucción
*Periodista y escritor mexsicano
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