viernes, junio 22, 2012

LA IZQUIERDA MARRON EN RIO+20

http://accionyreaccion.com/?p=503

Eduardo Gudynas

20 Jun 2012


EXTRACTO:

Los países latinoamericanos llegarán a Rio de Janeiro también cargando con sus divergencias. Comencemos por Brasil: bajo el gobierno Lula da Silva los temas ambientales perdieron relevancia; se intentó controlar la deforestación en la Amazonia, pero en otras áreas se priorizaron proyectos productivos y exportadores. La situación se ha agravado bajo el gobierno de Dilma Rousseff a tal punto que un grupo de grandes organizaciones ambientalistas hace pocos meses atrás sostuvieron que se vive el “mayor retroceso de la agenda socio-ambiental desde el final de la dictadura militar”. En el plano internacional, Brasilia sigue una agenda ambiental unilateral, ya que no coordina ni el seno del MERCOSUR (donde hay un grupo en esta materia), ni tampoco con los demás países del continente (GRULAC – Grupo Latinoamericano).

Todos los demás vecinos sudamericanos llegarán a Rio de Janeiro cargando serios problemas ambientales. En estas últimas semanas están en marcha graves conflictos ambientales especialmente en las naciones andinas. En Bolivia está avanzando una nueva marcha indígena que reclama proteger un parque nacional, en Perú las protestas mineras han incluido represión policial, muertos, y hasta una crisis en el gabinete de Ollanta Humana, y en Ecuador, finalizó pocas semanas atrás una multitudinaria marcha nacional en defensa del agua y contra la minería. Con una conflictividad mas baja, aunque no sin tensión, se encuentran las resistencias locales a la minería en Argentina o las represas en Chile, similares a las disputas que se viven en Uruguay frente a Aratirí u otros proyectos.
La respuesta de buena parte de estos gobiernos ha sido muy similar: criminalizar la protesta ciudadana, iniciar acciones judiciales contra sus líderes, y burlarse de los temas ambientales, concibiéndolos como trabas al desarrollo. La criminizalización y judicialización, que avanza en los países andinos y Argentina, se enfoca en los líderes sociales o en condicionamientos legales a las ONGs de base o redes nacionales.
Las posturas políticas se pueblan de contradicciones. El presidente Evo Morales reclama medidas globales enérgicas contra el cambio climático, pero no las toma dentro de su países, y ahora considera que las demandas de indígenas o ambientalistas son una nueva forma de colonialismo.
La burla se ha convertido en otro instrumento común. Así como José Mujica se burlaba de quienes defienden los venados o las dunas costeras, otros mandatarios hacen cosas similares. Rafael Correa de Ecuador califica las demandas ambientales como “infantilismo de izquierda” y Cristina Fernández de Argentina, los tipifica como una postura esnob.
Todo esto hace que el progresismo gobernante en América del Sur llegue a Rio de Janeiro en una situación muy incómoda. En todos los países la agenda ambiental está en retroceso, se flexibilizan los controles ecológicos, y se aceptan grandes inversiones con alto impacto en el entorno.
Las estrategias de desarrollo siguen basadas en aumentar las exportaciones de materias primas, aprovechando el alto precio en los mercados internacionales y la voraz demanda asiática. Es cierto que bajo el progresismo ha regresado el Estado, y que se intentan distintos programas de asistencia social para reducir la pobreza, y que esto ha sido exitoso. Pero también debe reconocerse que en todos estos países, desde la Venezuela de Chávez al modelo Kirchner “nac & pop” (nacional y popular), se sigue dependiendo de las materias primas.
Las nuevas estrellas que alimentan el actual crecimiento económico en unos casos son hidrocarburos, en otros minerales, y más cerca nuestro, monocultivos como la soja. Esta estrategia está repleta de impactos ambientales, que van desde la contaminación minera y petrolera, a la pérdida de áreas silvestres por el avance de la frontera agropecuaria. Pero el progresismo necesita de esos emprendimientos, ya que ellos son esenciales para financiar sus planes de lucha contra la pobreza basados en pagos mensuales en dinero (tal como hace el MIDES en nuestro país).
No se logra romper una relación productiva y comercial desigual. Mientras que en el pasado América Latina enviaba sus materias primas al norte industrializado para luego comprarles sus manufacturas, mientras que hoy las exportamos a China, para importar desde allí electrodomésticos, automóviles o textiles.
Bajo esta situación, si se implantan medidas ambientales en serio, muchos emprendimientos extractivos serían inviables ya que nunca lograrían pasar las evaluaciones de impacto ambiental. También sería necesario contener el consumismo, en unos casos porque involucra productos con componentes tóxicos, terminan en mucho desperdicio o consumen mucha energía. Estos son límites que ni siquiera los gobiernos progresistas están dispuestos a cruzar, de donde sus intervenciones en las negociaciones de Rio+20 terminan en cuestiones menores, campañas publicitarias o apelaciones a la responsabilidad empresarial.
También han cambiado los actores involucrados en estas contradicciones ambientales. En el pasado, las empresas transnacionales de los países industrializados eran responsables de muchas debacles ecológicas. Pero hoy nos encontramos que se viven problemas concretos con corporaciones que son latinoamericanas, como pueden ser las brasileñas Petrobrás (hidrocarburos) o Vale (una de las empresas mineras más grande del mundo). La situación se vuelve más complicada todavía, cuando se descubre que buena parte de la propiedad accionaria de esas empresas está en manos del gobierno brasileño, su banco de desarrollo (BNDES) o de los fondos de pensión de los grandes sindicatos. Aquí se origina una nueva tensión y fractura en los debates en Rio de Janeiro, ya que unos cuantos movimientos sociales, incluyendo grandes sindicatos, ven con buenos ojos la actual ola extractivista que descansa en los recursos naturales, y no están dispuestos a aceptar medidas ambientales sustantivas.
Entretanto, para las comunidades campesinas o indígenas de Perú, Bolivia o Ecuador afectadas por emprendimientos petroleros, hidroeléctricos o mineros, no encuentran diferencias entre empresas brasileñas o afincadas en el hemisferio norte, o entre aquellas que en su junta directiva tienen sindicalistas progresistas o economistas neoliberales.
Es así que a Rio de Janeiro llega una izquierda latinoamericana que ha reciclado la vieja tradición de exportar materias primas. Su agenda es cada vez menos verde, en tanto acepta la destrucción de la Naturaleza, y al centrarse en el desarrollismo convencional, se vuelve marrón, con toda su carga de contaminación. Es por estas razones que este progresismo se está convirtiendo en una “izquierda marrón”.


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