Taller Cé, Cooperativa de músicos
Por Carmelo Ruiz Marrero
Por Carmelo Ruiz Marrero
Es sábado por la noche y alrededor de un centenar de personas se congregan en este nuevo espacio de música y bohemia para gozar de un concierto de Gamaliel Pagán y su banda. El amigo Gama, quien en su vida diurna es una combinación de abogado, profesor y luchador ambientalista, está presentándonos las canciones que se incluirán en su primera producción discográfica.
El sistema de sonido y el juego de luces son de primera, el lugar es espacioso, los tragos a precios razonables. Se prohíbe fumar, lo cual nos permite regresar a nuestras casas sin el repugnante tufo de nicotina. Aparecen viejos amigos entre la multitud y se practica la fina destreza de tertuliar y oír la música a la vez, la vibra es buena, es bohemia como debe ser. Un lugar bien happening, con cuatro meses de existencia.
Dos datos sobresalen, que hacen de este lugar algo en realidad extraordinario. Primero, sus dueños y fundadores son músicos organizados en una cooperativa. Segundo, está ubicado en el casco urbano de Río Piedras, uno de los últimos lugares en donde la gente querría pasar una noche de sábado.
Se trata del Taller de Cantautores, conocido también como Taller Cé. Su sede en la calle Robles de Río Piedras es la expresión física de una novedosa institución en la que convergen la innovación musical, la independencia artística, la filosofía cooperativista y el rescate de un centro urbano maltratado por décadas.
Me siento con José Julián Ramírez, uno de los cantautores-dueños de esta cooperativa, para que me cuente la historia de este singular proyecto.
El Taller Cé tiene su origen en un taller para cantautores que realizó el Instituto de Cultura en el Cuartel Ballajá en 2001. El taller, que contó con Roy Brown como recurso, atrajo a un pequeño grupo que incluyó a José Julián, Walter Morciglio, Fernandito Ferrer y Sue Ellen Figueroa. Una vez concluido el taller, el grupo siguió reuniéndose y constituyéndose en un verdadero cabal de conspiradores de la música y realizando tertulias educativas con Tito Auger, Millo Torres, Danny Rivera, el erudito audiófilo Jorge Medina y representantes de la asociación de compositores ASCAP, entre otros. Poco después comenzaron recitales semanales en el Nuyorican Café del Viejo San Juan, que continuaron por dos años, y comenzaron a autodenominarse el Taller de Cantautores.
Un buen día Danny Rivera les presentó al talentoso productor, ingeniero y compositor Papo Gely, afamado por su trabajo con, entre otros, Menudo, Iris Chacón, Rubén Blades, Luna y Ricky Martin, dando comienzo a una colaboración que engendraría, entre otras cosas, tres bestiarios. Explicaremos más adelante.
La conspiración musical entonces se movió a la cima de un cerro espectacular, desde donde se veía lo mismo las montañas de Gurabo que los barcos crucero en la bahía de San Juan. Nos referimos al Centro Zen en el sector Morcelo de Caimito, donde Gely y la cofradía del Taller Cé establecieron su oficina y estudio de grabación. “Esa cabañita donde estuvimos fue una tremenda escuela, que además abarató nuestros costos”, recuerda José Julián. Ahí siguieron desarrollando su música y dando talleres para compositores, incluyendo uno para los jóvenes del residencial Luis Llorens Torres, auspiciado por ASSMCA.
También ahí concibieron y grabaron los tres bestiarios, unas excelentes y altamente recomendadas compilaciones de música que incluyen piezas no sólo de los cantautores ya mencionados, sino también de Zoraida Santiago, Luis Díaz (de Intifada), Luis y Rossana Rodríguez (ambos del grupo Iyawó), Enrique González, Sandra Valentín, Sebastián Paz y otros sediciosos.
Llegó entonces el momento definitorio. ¿Cómo mercadear esta música exitosamente pero sin sacrificar la independencia artística? “Que nos firmara una disquera hubiera sido bien difícil”, dice José Julián. “Por lo general sólo firman tres porciento de los artistas que les someten grabaciones. Y estábamos claros en que queríamos ser músicos independientes”, agrega. Fue entonces que comenzaron a mirar al cooperativismo como alternativa.
“Frente a la crisis de la cultura que tiene este país, que ni siquiera tiene un ministerio de cultura, sólo tenemos un Instituto de Cultura que hasta tiene problemas epistemológicos en cuanto a qué tiene que dedicarse, creemos que el cooperativismo es una opción. Y el modelo se puede extender a otros medios de difusión de cultura, como disqueras y librerías”.
Tras su apertura el pasado primero de octubre, en la que participaron artistas gráficos como Antonio Martorell y Rafael Trelles, la sede del Taller Cé se ha convertido en una formidable tarima para las artes.
En su escenario han estado músicos como Rebio Díaz, José Saavedra, Héctor del Manzano, Mima, Brenda Hopkins, Enrique Cárdenas y el español Ismael Serrano, y se han realizado homenajes a Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat, al igual que al rock argentino y la música brasileña. Ha habido desde cine alternativo hasta exposiciones de artistas gráficos como Gazir Sued y yoga para niños. Y el futuro depara más cosas sabrosas, como visitas del dúo cubano Gema y Pável y el grupo Guardabarranco.
Para Zoraida Santiago, miembro de la cooperativa, el Taller es un verdadero santuario y refugio del comercialismo y presiones económicas hostiles. “Sé de muchos artistas, especialmente mujeres, que simplemente abandonaron su vocación porque no tenían manera de subsistir. Y ahora estoy viendo cómo algunos de ellos se han entusiasmado con el Taller Cé y están regresando a la música y organizando recitales. Eso es precisamente lo que queríamos hacer: estimular el trabajo de los cantautores”.
Entre los factores del éxito del Taller se encuentran los vertiginosos avances tecnológicos en la grabación de sonido y la cooperación entre sus miembros.
Hasta hace unos años montar un estudio de grabación de calidad aceptable implicaba un gasto astronómico, costeable sólo por las grandes empresas de la música. Pero con los adelantos en la tecnología digital, hoy día es posible tener a un precio razonable la calidad de sonido que antes era accesible sólo a un Quincy Jones o un Nile Rodgers. Señala Zoraida que “esto ha democratizado el proceso de producción de música y debemos explotarlo a nuestro favor”.
“Aquí tú ves que los músicos colaboran entre sí. Uno participa en la canción del otro, haciendo coros o tocando guitarra. Es un intercambio interesante y rico. Si cada uno de nosotros hubiera tomado su propio camino y hecho las cosas por su cuenta, no hubiéramos podido lograr todo esto. La cooperación ha abaratado los costos enormemente, lo cual demuestra que en el junte de los esfuerzos está el poder”.
Esta cooperación también ha tenido un efecto saludable sobre la calidad de la música. Nos dicen José Julián y Zoraida que el Taller siempre ha estado abierto a diferentes estilos más allá de la nueva trova, como el rock, el hip-hop y la balada pop, y en la cooperación en múltiples niveles que se da, los músicos se familiarizan con numerosos estilos y perspectivas musicales. “Atrás quedaron los días de cocolos contra roqueros”, dice José Julián. “Ahora hay una tolerancia estética que es producto de la época en que vivimos”.
¿Por qué Río Piedras? “Buscamos un lugar en Río Piedras a propósito”, dice Zoraida. Es necesario explicarles a los jóvenes que Río Piedras no siempre fue un fantasma o un tumor de mala planificación urbana. En décadas pasadas tuvo teatros como el Paradise (y el de la UPR, que lleva años cerrado), café teatros como el Café Vicente y proyectos como el Taller de Jazz Don Pedro. Los comerciantes y residentes del área han unido esfuerzos con intelectuales y profesionales comprometidos para devolver a Río Piedras su viejo esplendor y abrir nuevos horizontes. Desde un principio el Taller Cé quiso ser parte de ese esfuerzo.
“Hemos desarrollado buenas relaciones con los vecinos y hasta con los deambulantes, quienes también brindan servicios, como velar y lavar los carros. No vinimos como paracaidistas, sino con la intención de integrarnos a la comunidad y ser un vehículo para ayudar en su fortalecimiento”.
Ya lo dijo José Julián en una de sus canciones:
“Río Piedras es como la pangola.
Por más que la tales ella crece sola”.
El Taller Cé abre por las noches de miércoles a sábado, y a veces hay actividades hasta los lunes y martes. Visitarlo es recuperar el optimismo, a veces tan golpeado y apabullado, y la fe en que el ingenio humano y el trabajo solidario pueden prevalecer contra la mediocridad y el fatalismo.
El sistema de sonido y el juego de luces son de primera, el lugar es espacioso, los tragos a precios razonables. Se prohíbe fumar, lo cual nos permite regresar a nuestras casas sin el repugnante tufo de nicotina. Aparecen viejos amigos entre la multitud y se practica la fina destreza de tertuliar y oír la música a la vez, la vibra es buena, es bohemia como debe ser. Un lugar bien happening, con cuatro meses de existencia.
Dos datos sobresalen, que hacen de este lugar algo en realidad extraordinario. Primero, sus dueños y fundadores son músicos organizados en una cooperativa. Segundo, está ubicado en el casco urbano de Río Piedras, uno de los últimos lugares en donde la gente querría pasar una noche de sábado.
Se trata del Taller de Cantautores, conocido también como Taller Cé. Su sede en la calle Robles de Río Piedras es la expresión física de una novedosa institución en la que convergen la innovación musical, la independencia artística, la filosofía cooperativista y el rescate de un centro urbano maltratado por décadas.
Me siento con José Julián Ramírez, uno de los cantautores-dueños de esta cooperativa, para que me cuente la historia de este singular proyecto.
El Taller Cé tiene su origen en un taller para cantautores que realizó el Instituto de Cultura en el Cuartel Ballajá en 2001. El taller, que contó con Roy Brown como recurso, atrajo a un pequeño grupo que incluyó a José Julián, Walter Morciglio, Fernandito Ferrer y Sue Ellen Figueroa. Una vez concluido el taller, el grupo siguió reuniéndose y constituyéndose en un verdadero cabal de conspiradores de la música y realizando tertulias educativas con Tito Auger, Millo Torres, Danny Rivera, el erudito audiófilo Jorge Medina y representantes de la asociación de compositores ASCAP, entre otros. Poco después comenzaron recitales semanales en el Nuyorican Café del Viejo San Juan, que continuaron por dos años, y comenzaron a autodenominarse el Taller de Cantautores.
Un buen día Danny Rivera les presentó al talentoso productor, ingeniero y compositor Papo Gely, afamado por su trabajo con, entre otros, Menudo, Iris Chacón, Rubén Blades, Luna y Ricky Martin, dando comienzo a una colaboración que engendraría, entre otras cosas, tres bestiarios. Explicaremos más adelante.
La conspiración musical entonces se movió a la cima de un cerro espectacular, desde donde se veía lo mismo las montañas de Gurabo que los barcos crucero en la bahía de San Juan. Nos referimos al Centro Zen en el sector Morcelo de Caimito, donde Gely y la cofradía del Taller Cé establecieron su oficina y estudio de grabación. “Esa cabañita donde estuvimos fue una tremenda escuela, que además abarató nuestros costos”, recuerda José Julián. Ahí siguieron desarrollando su música y dando talleres para compositores, incluyendo uno para los jóvenes del residencial Luis Llorens Torres, auspiciado por ASSMCA.
También ahí concibieron y grabaron los tres bestiarios, unas excelentes y altamente recomendadas compilaciones de música que incluyen piezas no sólo de los cantautores ya mencionados, sino también de Zoraida Santiago, Luis Díaz (de Intifada), Luis y Rossana Rodríguez (ambos del grupo Iyawó), Enrique González, Sandra Valentín, Sebastián Paz y otros sediciosos.
Llegó entonces el momento definitorio. ¿Cómo mercadear esta música exitosamente pero sin sacrificar la independencia artística? “Que nos firmara una disquera hubiera sido bien difícil”, dice José Julián. “Por lo general sólo firman tres porciento de los artistas que les someten grabaciones. Y estábamos claros en que queríamos ser músicos independientes”, agrega. Fue entonces que comenzaron a mirar al cooperativismo como alternativa.
“Frente a la crisis de la cultura que tiene este país, que ni siquiera tiene un ministerio de cultura, sólo tenemos un Instituto de Cultura que hasta tiene problemas epistemológicos en cuanto a qué tiene que dedicarse, creemos que el cooperativismo es una opción. Y el modelo se puede extender a otros medios de difusión de cultura, como disqueras y librerías”.
Tras su apertura el pasado primero de octubre, en la que participaron artistas gráficos como Antonio Martorell y Rafael Trelles, la sede del Taller Cé se ha convertido en una formidable tarima para las artes.
En su escenario han estado músicos como Rebio Díaz, José Saavedra, Héctor del Manzano, Mima, Brenda Hopkins, Enrique Cárdenas y el español Ismael Serrano, y se han realizado homenajes a Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat, al igual que al rock argentino y la música brasileña. Ha habido desde cine alternativo hasta exposiciones de artistas gráficos como Gazir Sued y yoga para niños. Y el futuro depara más cosas sabrosas, como visitas del dúo cubano Gema y Pável y el grupo Guardabarranco.
Para Zoraida Santiago, miembro de la cooperativa, el Taller es un verdadero santuario y refugio del comercialismo y presiones económicas hostiles. “Sé de muchos artistas, especialmente mujeres, que simplemente abandonaron su vocación porque no tenían manera de subsistir. Y ahora estoy viendo cómo algunos de ellos se han entusiasmado con el Taller Cé y están regresando a la música y organizando recitales. Eso es precisamente lo que queríamos hacer: estimular el trabajo de los cantautores”.
Entre los factores del éxito del Taller se encuentran los vertiginosos avances tecnológicos en la grabación de sonido y la cooperación entre sus miembros.
Hasta hace unos años montar un estudio de grabación de calidad aceptable implicaba un gasto astronómico, costeable sólo por las grandes empresas de la música. Pero con los adelantos en la tecnología digital, hoy día es posible tener a un precio razonable la calidad de sonido que antes era accesible sólo a un Quincy Jones o un Nile Rodgers. Señala Zoraida que “esto ha democratizado el proceso de producción de música y debemos explotarlo a nuestro favor”.
“Aquí tú ves que los músicos colaboran entre sí. Uno participa en la canción del otro, haciendo coros o tocando guitarra. Es un intercambio interesante y rico. Si cada uno de nosotros hubiera tomado su propio camino y hecho las cosas por su cuenta, no hubiéramos podido lograr todo esto. La cooperación ha abaratado los costos enormemente, lo cual demuestra que en el junte de los esfuerzos está el poder”.
Esta cooperación también ha tenido un efecto saludable sobre la calidad de la música. Nos dicen José Julián y Zoraida que el Taller siempre ha estado abierto a diferentes estilos más allá de la nueva trova, como el rock, el hip-hop y la balada pop, y en la cooperación en múltiples niveles que se da, los músicos se familiarizan con numerosos estilos y perspectivas musicales. “Atrás quedaron los días de cocolos contra roqueros”, dice José Julián. “Ahora hay una tolerancia estética que es producto de la época en que vivimos”.
¿Por qué Río Piedras? “Buscamos un lugar en Río Piedras a propósito”, dice Zoraida. Es necesario explicarles a los jóvenes que Río Piedras no siempre fue un fantasma o un tumor de mala planificación urbana. En décadas pasadas tuvo teatros como el Paradise (y el de la UPR, que lleva años cerrado), café teatros como el Café Vicente y proyectos como el Taller de Jazz Don Pedro. Los comerciantes y residentes del área han unido esfuerzos con intelectuales y profesionales comprometidos para devolver a Río Piedras su viejo esplendor y abrir nuevos horizontes. Desde un principio el Taller Cé quiso ser parte de ese esfuerzo.
“Hemos desarrollado buenas relaciones con los vecinos y hasta con los deambulantes, quienes también brindan servicios, como velar y lavar los carros. No vinimos como paracaidistas, sino con la intención de integrarnos a la comunidad y ser un vehículo para ayudar en su fortalecimiento”.
Ya lo dijo José Julián en una de sus canciones:
“Río Piedras es como la pangola.
Por más que la tales ella crece sola”.
El Taller Cé abre por las noches de miércoles a sábado, y a veces hay actividades hasta los lunes y martes. Visitarlo es recuperar el optimismo, a veces tan golpeado y apabullado, y la fe en que el ingenio humano y el trabajo solidario pueden prevalecer contra la mediocridad y el fatalismo.
Publicado en la Revista Domingo de El Nuevo Día, 19 de Febrero de 2006.
Etiquetas: Carmelo, Musica, Puerto Rico
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