Ricardo Carrere
El tema de los monocultivos de árboles es un agronegocio múltiple. Por un lado están los árboles como materia prima barata para la producción de celulosa, para la exportación a los países del norte para la fabricación y para el consumo excesivo que hacen del papel. Ese negocio está ocupando millones de hectáreas de tierras en los países del sur, en América Latina, y se está expandiendo aceleradamente en Asia y en África para simplemente satisfacer un consumo creciente, siempre creciente en los países del norte.
Este agronegocio es bastante bien conocido, el que no es conocido es el tema del negocio del cambio climático. El cambio climático ha pasado de ser para muchos, para muchos gobiernos y organizaciones de consultores, un desastre ambiental, a ser una gran oportunidad de negocios. Lograron que en el Protocolo de Kyoto se aceptara a las plantaciones de árboles, como llamados «sumideros de carbono», que es un «servicio» que las empresas del norte pueden comprar para poder seguir haciendo sus emisiones en el norte. En vez de reducir las emisiones de combustibles fósiles, reducen sólo en parte y el resto lo compensan con plantaciones de árboles que hacen en Ecuador, o en Uganda o en cualquier lado donde tengan las condiciones. Es un nuevo agronegocio hecho a expensas de la destrucción del clima que no es solución para el clima, lo agrava, pero que ha sido aceptado dentro del Convenio Marco de Cambio Climático como uno de los mecanismos para empezar a hacer algo al respecto.
En América Latina hay una expansión continua del área plantada con eucaliptos y con pinos. Existen más de dos millones de hectáreas plantadas en Chile, y están haciendo investigaciones en ingeniería genética para hacer pinos y eucaliptos más resistentes al frío para poder seguir plantando más alto en la cordillera. No tiene límite las ansias de expansión del sector chileno. En Brasil ya hay por lo menos cinco millones de hectáreas y está planteado por parte del gobierno de Lula llegar a los once millones de hectáreas en pocos años para la fabricación de celulosa de exportación. En Uruguay ya tenemos cerca de un millón de hectáreas y por lo menos tres proyectos de fábricas de celulosa, y probablemente más para la exportación de celulosa al norte. En Argentina hay una ley forestal que promueve las plantaciones y existen enormes plantaciones en la provincia de Misiones y en Corrientes, y en Misiones tienen tres fábricas de celulosa, una de las cuales, moderna y con el mismo tipo de tecnología que se instalaría en Uruguay, que contamina enormemente en la provincia de Misiones. Existen fábricas de celulosa en Colombia y Venezuela. Gran oposición ha generado la instalación en Ecuador de capitales japoneses, plantando eucaliptos para la fabricación de celulosa. En México y en América Central hay enormes proyectos de las transnacionales en el marco del Plan Puebla Panamá para instalar grandes plantaciones de eucaliptos, para producir cartón para el embalaje de los productos que harían las maquiladoras. Toda la región es vista por capitales extranjeros como apta para la instalación de este tipo de agronegocio vinculado a la fabricación de celulosa para papel y cartón.
La instalación de estas fábricas no es en absoluto necesaria. Esto es simplemente para satisfacer el consumo excesivo de papel en el norte. Un país como Uruguay o como Argentina consume por habitante por año, unos treinta kilos de papel y cartón. Eso se contrasta con que en Europa se consumen casi 300 kilos por persona por año, en EEUU 330 y en Finlandia 440. Ni en Uruguay ni en Argentina falta papel. El consumo en el norte es obviamente descabellado, totalmente fuera de control y estas fábricas apuntan a seguir aumentando este consumo.
Los impactos que esto está teniendo son gravísimos. No es casualidad que en el caso de Chile el modelo se desarrolló en la época de la dictadura de Pinochet, en territorio mapuche fundamentalmente, que no tuvieron ninguna posibilidad de oponerse a la expansión del modelo. Hoy están los mapuches tratando de luchar con grandes dificultades y están siendo juzgados bajo una ley antiterrorista de Pinochet, con juicios totalmente sesgados en contra, sin ninguna garantía. Estudios realizados en el sur de Chile, en las zonas forestales y de plantas de celulosa, detectaron que los mayores niveles de pobreza extrema se dan en las zonas donde están instaladas las plantaciones forestales y las fábricas de celulosa. El cuento de que esto trae desarrollo es totalmente falso. Lo mismo pasa en Brasil, donde las plantaciones se han hecho en base a desplazamientos de poblaciones indígenas que hoy están luchando para recuperar sus territorios, o en áreas de pobladores afro brasileños despojados de sus derechos, donde también se dio el proceso durante la dictadura militar brasileña. La misma represión a habido en Colombia, donde las empresas apelaron al Estado para reprimir a los campesinos que se oponían a las plantaciones.
En el caso de Uruguay donde no ha habido este tipo de represión, justamente porque no hay poblaciones indígenas o campesinas ocupando esos suelos, ya hay una gran resistencia por los impactos que está teniendo el modelo, por ejemplo sobre el agua. Ya estamos viendo agricultores organizados reclamando soluciones frente a la desaparición del agua vinculada a las plantaciones de eucaliptos. Este modelo lo que hace es agravar la situación en el campo, ya grave de por sí, desplaza a las poblaciones rurales por las buenas, como en Uruguay, o por las malas como en el caso de Chile, Brasil y Colombia, y no resulta en ningún beneficio para la gente local.
Etiquetas: Calentamiento global
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