MAS ALLA DEL CAPITALISMO VERDE
Carmelo Ruiz Marrero
Publicado originalmente en el periódico Claridad
Reseña: Sick Planet: Corporate Food and Medicine.
Pluto Press, 2008. 219 páginas.
http://www.sickplanetbook.com
EXTRACTO:
Cox se sirve de las observaciones acertadas de otros pensadores, mucho menos conocidos. Uno es el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994), autor de “The Entropy Law and the Economic Process” (1971). Combinando física y biología con teoría económica clásica, Georgescu-Roegen aplicó la segunda ley de la termodinámica (la ley de entropía) a la actividad económica y llegó a una conclusión horripilante: no importa qué hagamos, el mundo va encaminado al agotamiento de todos sus recursos naturales, es decir entropía total. La suma total de todas las actividades económicas lo único que hace es acelerar este inevitable declive. Toda actividad económica, por abstracta y electrónica que sea, se fundamenta en última instancia en la explotación física de recursos naturales, por lo tanto mientras más crecimiento económico, más rápido nos aproximamos al fin fatídico.
Basándose en las ideas de Georgescu-Roegan, Cox razona que “Suponiendo que nuestra especie sobreviva, hay en algún momento en su futuro otra Edad de Piedra, y mientras más rápido nuestro crecimiento económico, más empinado será nuestro descenso. La próxima Edad de Piedra será más pobre en recursos y probablemente más tóxica que la pasada, y no habrá oportunidad de salir de ella.”
No es de sorprender que las ideas de este profeta del desastre hayan sido relegadas al olvido, pero a lo largo de la década de los 70 varios pensadores ecologistas de avanzada acogieron su tésis. Dos de éstos fueron Jeremy Rifkin y Ted Howard, quienes en 1980 publicaron el libro “Entropy: A New World View”, cuyo epílogo es escrito por Georgescu-Roegen. Rifkin y Howard sostienen que un entendimiento de la ley de entropía es requisito fundamental para una sabiduría ecológica profunda y revolucionaria.
Cox hace referencia a otro visionario que dio seria consideración a las ideas de Georgescu-Roegen: el economista Herman Daly. Otrora funcionario del Banco Mundial, Daly pasó a ser uno de los máximos exponentes del campo de la economía ecológica, y ha dedicado buena parte de su energía intelectual a buscar maneras de posponer la próxima Edad de Piedra hasta el futuro más lejano. La alternativa que Daly propone incluye entre sus principales elementos el reducir el uso de recursos naturales a niveles sustentables y reducir la disparidad de ingresos entre las clases sociales. Daly presenta esta tesis en sus libros “Steady State Economics” (1977) y “For the Common Good” (1989), este último coescrito con John Cobb. En 2004 publicó junto con el coautor Joshua Farley “Ecological Economics: Principles and Applications”, un libro de texto de economía en el que ambos proponen la modificación de instituciones existentes para rescatar el medio ambiente.
“A la vez que reconocen que la desigualdad lleva al crecimiento insustentable, la mayoría de los economistas ecológicos rechazan la expropiación directa de la riqueza y propiedad de aquellos que tienen más- prefieren en su lugar poner un límite al movimiento físico ('throughput') de recursos a través de la economía y hacer que la clase capitalista pague los costos del uso de recursos y la destrucción ecológica”, dice Cox. “¿Pero es el capitalismo la clase de criatura que puede vivir en cautiverio? Podemos estar seguros de que la pequeña y poderosa clase que hoy cosecha beneficios económicos prefiere ir de cabeza a la catástrofe ecológica antes que permitir la creación de instituciones como las que proponen Daly y Farley... Los manufactureros simplemente se negarían a recortar su uso de recursos, producción de bienes y disposición de desperdicios. Y más importante aún, la clase inversionista nunca accedería a limitar su acumulación de riqueza para favorecer las mayorías empobrecidas del mundo.”
No en balde tantos empresarios y políticos, incluyendo los que se autodenominan ambientalistas, hablan de crecimiento económico. Hablar de crecimiento es más simpático y menos controversial y riesgoso que abordar el tema de la redistribución de la riqueza.
Enfrentados con este dilema ineludible, los exponentes del capitalismo verde y el optimismo tecnológico buscan refugio en el mantra de la eficiencia. A primera vista, la eficiencia es algo universalmente bueno y carente de controversia. ¿Quien puede oponerse a la eficiencia? Empresarios y ecologistas están de acuerdo en este asunto. La idea de usar la innovación tecnológica para que las actividades económicas utilicen menos materiales y energía y generen menos desperdicios es una propuesta apolítica que da la impresión de que podemos salvar el planeta sin detener el crecimiento económico y sin enfrentar el conflicto entre las clases sociales.
Pero Cox nos cierra el paso hacia esa salida fácil, usando de referencia otro pensador poco conocido: el economista británico William Stanley Jevons. En su libro “The Coal Question” (1865), Jevons presenta los resultados de un estudio minucioso que hizo sobre la minería de carbón a mediados del siglo XIX, con especial énfasis en los adelantos tecnológicos que permitían extraer más carbón a un costo menor. Las conclusiones de su estudio fueron horripilantes, tan horripilantes como la tesis de Georgescu-Roegen: el aumento en la eficiencia no lleva a la conservación del recurso, SINO TODO LO CONTRARIO. Puesto de otro modo, los adelantos en eficiencia no llevan a la conservación de un recurso sino que aumentan su extracción, acelerando así su agotamiento.
Desde el punto de vista de la economía capitalista esto tiene mucho sentido. Si un capitalista encuentra la manera de reducir sus costos, los ahorros no resultarán en una reducción en la explotación de mano de obra y recursos naturales. De ninguna manera; lo que el capitalista haría sería tomar esos ahorros y reinvertirlos en la empresa para aumentar su margen de ganancia (¿Realmente creen que un capitalista se comportaría de otro modo?). Dicho de otro modo, la producción aumentará. Y en términos ecológicos eso significa más saqueo y explotación de los recursos naturales.
Publicado originalmente en el periódico Claridad
Reseña: Sick Planet: Corporate Food and Medicine.
Pluto Press, 2008. 219 páginas.
http://www.sickplanetbook.com
EXTRACTO:
Cox se sirve de las observaciones acertadas de otros pensadores, mucho menos conocidos. Uno es el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994), autor de “The Entropy Law and the Economic Process” (1971). Combinando física y biología con teoría económica clásica, Georgescu-Roegen aplicó la segunda ley de la termodinámica (la ley de entropía) a la actividad económica y llegó a una conclusión horripilante: no importa qué hagamos, el mundo va encaminado al agotamiento de todos sus recursos naturales, es decir entropía total. La suma total de todas las actividades económicas lo único que hace es acelerar este inevitable declive. Toda actividad económica, por abstracta y electrónica que sea, se fundamenta en última instancia en la explotación física de recursos naturales, por lo tanto mientras más crecimiento económico, más rápido nos aproximamos al fin fatídico.
Basándose en las ideas de Georgescu-Roegan, Cox razona que “Suponiendo que nuestra especie sobreviva, hay en algún momento en su futuro otra Edad de Piedra, y mientras más rápido nuestro crecimiento económico, más empinado será nuestro descenso. La próxima Edad de Piedra será más pobre en recursos y probablemente más tóxica que la pasada, y no habrá oportunidad de salir de ella.”
No es de sorprender que las ideas de este profeta del desastre hayan sido relegadas al olvido, pero a lo largo de la década de los 70 varios pensadores ecologistas de avanzada acogieron su tésis. Dos de éstos fueron Jeremy Rifkin y Ted Howard, quienes en 1980 publicaron el libro “Entropy: A New World View”, cuyo epílogo es escrito por Georgescu-Roegen. Rifkin y Howard sostienen que un entendimiento de la ley de entropía es requisito fundamental para una sabiduría ecológica profunda y revolucionaria.
Cox hace referencia a otro visionario que dio seria consideración a las ideas de Georgescu-Roegen: el economista Herman Daly. Otrora funcionario del Banco Mundial, Daly pasó a ser uno de los máximos exponentes del campo de la economía ecológica, y ha dedicado buena parte de su energía intelectual a buscar maneras de posponer la próxima Edad de Piedra hasta el futuro más lejano. La alternativa que Daly propone incluye entre sus principales elementos el reducir el uso de recursos naturales a niveles sustentables y reducir la disparidad de ingresos entre las clases sociales. Daly presenta esta tesis en sus libros “Steady State Economics” (1977) y “For the Common Good” (1989), este último coescrito con John Cobb. En 2004 publicó junto con el coautor Joshua Farley “Ecological Economics: Principles and Applications”, un libro de texto de economía en el que ambos proponen la modificación de instituciones existentes para rescatar el medio ambiente.
“A la vez que reconocen que la desigualdad lleva al crecimiento insustentable, la mayoría de los economistas ecológicos rechazan la expropiación directa de la riqueza y propiedad de aquellos que tienen más- prefieren en su lugar poner un límite al movimiento físico ('throughput') de recursos a través de la economía y hacer que la clase capitalista pague los costos del uso de recursos y la destrucción ecológica”, dice Cox. “¿Pero es el capitalismo la clase de criatura que puede vivir en cautiverio? Podemos estar seguros de que la pequeña y poderosa clase que hoy cosecha beneficios económicos prefiere ir de cabeza a la catástrofe ecológica antes que permitir la creación de instituciones como las que proponen Daly y Farley... Los manufactureros simplemente se negarían a recortar su uso de recursos, producción de bienes y disposición de desperdicios. Y más importante aún, la clase inversionista nunca accedería a limitar su acumulación de riqueza para favorecer las mayorías empobrecidas del mundo.”
No en balde tantos empresarios y políticos, incluyendo los que se autodenominan ambientalistas, hablan de crecimiento económico. Hablar de crecimiento es más simpático y menos controversial y riesgoso que abordar el tema de la redistribución de la riqueza.
Enfrentados con este dilema ineludible, los exponentes del capitalismo verde y el optimismo tecnológico buscan refugio en el mantra de la eficiencia. A primera vista, la eficiencia es algo universalmente bueno y carente de controversia. ¿Quien puede oponerse a la eficiencia? Empresarios y ecologistas están de acuerdo en este asunto. La idea de usar la innovación tecnológica para que las actividades económicas utilicen menos materiales y energía y generen menos desperdicios es una propuesta apolítica que da la impresión de que podemos salvar el planeta sin detener el crecimiento económico y sin enfrentar el conflicto entre las clases sociales.
Pero Cox nos cierra el paso hacia esa salida fácil, usando de referencia otro pensador poco conocido: el economista británico William Stanley Jevons. En su libro “The Coal Question” (1865), Jevons presenta los resultados de un estudio minucioso que hizo sobre la minería de carbón a mediados del siglo XIX, con especial énfasis en los adelantos tecnológicos que permitían extraer más carbón a un costo menor. Las conclusiones de su estudio fueron horripilantes, tan horripilantes como la tesis de Georgescu-Roegen: el aumento en la eficiencia no lleva a la conservación del recurso, SINO TODO LO CONTRARIO. Puesto de otro modo, los adelantos en eficiencia no llevan a la conservación de un recurso sino que aumentan su extracción, acelerando así su agotamiento.
Desde el punto de vista de la economía capitalista esto tiene mucho sentido. Si un capitalista encuentra la manera de reducir sus costos, los ahorros no resultarán en una reducción en la explotación de mano de obra y recursos naturales. De ninguna manera; lo que el capitalista haría sería tomar esos ahorros y reinvertirlos en la empresa para aumentar su margen de ganancia (¿Realmente creen que un capitalista se comportaría de otro modo?). Dicho de otro modo, la producción aumentará. Y en términos ecológicos eso significa más saqueo y explotación de los recursos naturales.
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