Los acuerdos recién firmados con Francia, que además de la compra de armamento auspician la creación de una potente industria militar, forman parte de la Estrategia Nacional de Defensa de Brasil, con la que la novena potencia industrial del planeta, poseedora de las séptimas reservas de petróleo y de la mayor biopersidad en la Amazonia, se apresta a defender sus riquezas y proyectarse como nueva potencia política y militar.
El modo como se comportaron las grandes empresas de la guerra moderna tiene algo de telenovela. Inmediatamente después que el presidente Luiz Inacio Lula da Silva anunciara que prefería comprar 36 cazabombarderos de quinta generación a la francesa Dassault, los otros dos competidores, la sueca Saab y la estadounidense Boeing, irrumpieron en sollozos asegurando que su amor por los brasileños es igual o mayor que el de los franceses.
Esas declaraciones responden al interés en cortejar a Brasil que está renovando su flota aérea y montando la más importante industria militar del Sur del planeta. El 7 de setiembre, fecha de la independencia de Brasil, Lula y el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, firmaron la compra de cuatro submarinos convencionales y uno nuclear, y de 50 helicópteros de transporte militar por 12 mil millones de dólares. A la vez, Lula anunció la compra de 36 cazas Rafale, lo que elevaría cuenta a unos 20 mil millones de dólares.
El asunto de los cazas se arrastra desde 1998. La fuerza aérea brasileña posee 110 cazas fabricados en las décadas de 1970 y 80, demasiado viejos y de escasa utilidad para una potencia que debe vigilar 8 millones de kilómetros cuadrados, 17 mil kilómetros de fronteras y una vasta plataforma marítima. Los más nuevos son 12 Mirage 2000 comprados de segunda mano que están a punto de ser jubilados. En contraste, Chile cuenta con 28 cazas F-16 y Venezuela tiene 24 Sukhoi 30, ambos de los más avanzados que existen.
Para la renovación de la flota de combate compiten los Rafale franceses, los Gripen suecos y los F-18 Super Hornet de Boeing. No existe mucha diferencia en cuanto a sus capacidades técnicas. El precio varía mucho: cada Gripen vale 50 millones de dólares y cada Rafale se eleva a 80 millones. El F-18 tiene la ventaja de ser el avión de combate más testeado. Pero los franceses se comprometieron desde el principio a traspasar el código fuente del avión, el corazón digital de la aeronave, cuestión que Boeing no puede hacer sin la autorización del Congreso de los Estados Unidos.
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Lula está sentando los pilares para que la potencia de Brasil tenga también la capacidad de defenderse en el terreno militar. Foto: www.defesabr.com. |
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