El profesor de Economía Política, Mathias Luce, escudriña los rasgos fundamentales del “subimperialismo brasileño” y los mecanismos que sirven a la expansión de sus grandes empresas. Este es el enfoque que presentó en La Paz

Mathias Luce*

Plataformaenergetica (La Paz, 10/11/10).- Hace casi cinco años, luego de la Nacionalización de los Hidrocarburos en Bolivia el Primero de Mayo de 2006, el periódico El Juguete Rabioso reveló en primera plana que Petrobras había llegado a controlar el 45,9% de las reservas probadas y probables de gas, el 39,5% del petróleo y las dos refinerías del país, y que este proceso se llevó a cabo a través de medios más que cuestionables, como por ejemplo la migración de ex gerentes de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos hacia Petrobras Bolivia. En ese momento salía a la luz pública el descubrimiento de grandes reservas en los megacampos de San Alberto y San Antonio, recién adjudicados a Petrobras. Todo eso contribuyó al surgimiento de una corriente crítica que confrontó al poder subimperialista del capitalismo brasileño. [1]


En la coyuntura actual, esta misma tendencia subimperialista persiste en otros rubros, y se manifiesta a través de presiones para la construcción de la represa de Cachuela Esperanza y de la carretera bioceánica que responden a las necesidades de la alta burguesía brasileña, que ambiciona energía barata y minimizar tiempos y costos del viaje de la soya brasileña a los mercados de Oriente. El objetivo es reducir los costos del capital constante y el tiempo de rotación del capital, proveyendo a los grandes exportadores de Brasil una ganancia extraordinaria a través de una mayor valorización anual de la plusvalía. [2]


En la actualidad, el capitalismo brasileño controla un porcentaje importante de las principales fuentes de divisas de los países de la región: los hidrocarburos en Bolivia; la minería en Perú; la ganadería y los frigoríficos en Uruguay; la energía de Itaipu y la soya en Paraguay. Argentina que disputaba el liderazgo de Cono Sur con Brasil ha tenido importantes ramas absorbidas por grandes empresas brasileñas en estos años.


Empresas como Petrobras, Vale, Votorantim, Odebrecht, Gerdau e Friboi se han convertido en grandes multinacionales listadas en los rankings de la UNCTAD; incluso han comprado empresas estadounidenses y canadienses; han incrementado los activos bajo su propiedad en el exterior y han participado activamente de la apropiación del botín de las privatizaciones en Latinoamérica, ya sea mediante fusiones y adquisiciones, con privatizaciones disfrazadas como los contratos de capitalización; y en algunos casos incluso suplantado la presencia del capital estadounidense y de otros países del imperialismo dominante.


Hoy en día el capitalismo brasileño controla el 50% de la inversión directa en Sudamérica y genera procesos masivos de despojo y proletarización de nuestros pueblos de modo tan funesto como el imperialismo dominante. Es el caso de la Odebrecht en Ecuador que arrebata territorios a los pueblos indígenas e impone megaproyectos como trasvases de ríos para regar monocultivos privados destinados a la exportación. [3]


Todo eso nos exige rescatar el concepto de subimperialismo formulado por el brasileño Ruy Mauro Marini en el marco de la Teoría Marxista de la Dependencia, en los años 60 y 70. Antes de avanzar en la exposición, hay que refutar dos torpes interpretaciones.

La primera es que algunos académicos y funcionarios vinculados al lulismo en Brasil han intentado blindar al gobierno a la crítica del subimperialismo, vendiendo la idea de que se trata de la integración sudamericana, del fortalecimiento de las cadenas productivas regionales, de un proceso virtuoso de desarrollo generoso en el que todos ganan, Brasil disminuye las asimetrías en la región y contribuye a la mejora del nivel de vida de su población y de las demás naciones.


El otro argumento es que el poder hegemonista de Brasil en el continente es preferible al del imperialismo estadounidense, ya que el actual expansionismo le estaría garantizando a Brasil una mejora del nivel de vida para el conjunto de su población y un liderazgo en la escena mundial como vocero de los países del sur.


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Es en ese mismo contexto donde el subimperialismo brasileño asume una nueva forma bajo el nuevo modelo exportador. Mientras el conjunto de los países de la región enfrentaba una avalancha de desnacionalizaciones neoliberales, el capitalismo brasileño – aunque haya pasado también por el mismo proceso – lo seguía con una marcha distinta. Aprovechando la condición de Brasil como subcentro económico y político, algunas empresas de la burguesía brasileña actuaron como coadyuvantes o como protagonistas del proceso de desnacionalización en el continente. Brasil adentró al nuevo patrón exportador neoliberal echando mano de un proceso de aglomeración entre el Estado y un grupo de empresas intensivas en recursos naturales.


En el mismo año de la ley que terminó con el monopolio estatal de Petrobras en Brasil, abriendo espacio a los inversionistas extranjeros, se creaba la sucursal Petrobras Bolivia, expandiendo las actividades internacionales de la empresa asociada al capital extranjero. Este fue apenas uno de los pasos del movimiento de exportación de capitales por parte de grandes empresas brasileñas. Petrobras compraba la Pecom, con el control de las refinerías bolivianas; adquiría también parte del botín de la YPF argentina; Votorantim compraría la refinería de Zinc de Cajamarquilla en Perú; Gerdau arrebataría la mayor planta siderúrgica peruana, la ex estatal Siderperú; Camargo Correa absorbió la mayor cementera argentina; el frigorífico Marfrig, que se fusionaría después con el grupo Friboi, actualmente el mayor frigorífico del mundo, incorporó a sus activos la mayor parte de la cadena cárnica y el control de sus exportaciones en Uruguay; Odebrecht ha creado su pequeño imperio en Ecuador, obteniendo ganancias a costa de severas transformaciones del territorio con la construcción de infraestructuras para el gran capital. Odebrecht y otras constructoras como Andrade Gutiérrez y Camargo Correa luego formarían consorcios y lobbies para la consumación de los megaproyectos de infraestructura de la IIRSA. [6]


Este listado de fusiones y adquisiciones y otras formas de inversión señalan el creciente sometimiento económico y político de las naciones sudamericanas al subimperialismo brasileño en el marco del nuevo patrón exportador de especialización productiva. Eso conduce a que los anhelos de cambio social de los movimientos populares, de las luchas de la izquierda, deben enfrentarse no sólo al imperialismo estadounidense y de otros países centrales, sino también al subimperialismo brasileño.


RASGOS DEL SUBIMPERIALISMO BRASILEÑO


Hasta aquí se pueden destacar cuatro planteamientos sobre el subimperialismo en los dos primeros lustros del siglo XXI. Primero, en lugar del subimperialismo de los 60 y 70, marcado por la exportación de manufacturas, se tiene hoy día como rasgo principal la expansión de grandes empresas brasileñas intensivas en recursos naturales, que controlan el suministro de materias primas y fuentes de energía y mercados de destino final en otros países.


Segundo, ese control se da a través de tres modalidades: (1) fusiones y adquisiciones e inversiones directas, es decir exportación de capitales; (2) importación de energía barata, presionando por nuevos megaproyectos después de Itaipu y el Gasbol (en los términos en que fue negociado) como los de las represas de Cachuela Esperanza en Bolivia y Inambari en Perú; (3) reconfigurando el territorio para exportar mercancías brasileñas a través de puertos del Pacífico, como son los casos de las carreteras Santos-Arica y Acre – Puerto Maldonado – puertos del Sur del Perú.


Estos tres mecanismos cumplen los siguientes objetivos: la exportación de capitales incrementa su concentración y centralización por las grandes empresas, generando mayor reproducción ampliada; la importación de energía y materias primas baratas reducen los costos del capital constante, es decir de los medios de producción; y la reconfiguración territorial con megaproyectos logísticos que reducen los costos de transporte del capital constante, además de acelerar el tiempo de rotación del capital, es decir, permite que el capital complete su ciclo más veces por unidad de tiempo, aumentando la tasa de ganancia. En otras palabras, se puede vender más toneladas de soya u otra mercancía por año.


Tercero: ¿cuál es el móvil de esa tendencia subimperialista que viene expresándose en los últimos años? Son dos. El alza coyuntural de los precios de las materias primas que produjo una reversión coyuntural de la tendencia al deterioro de los términos de intercambio en favor de las exportaciones de los países dependientes, sobre todo por la demanda de China. El otro factor es la fusión de intereses de la burguesía y el grupo que encabeza la diplomacia brasileña, razonando que Brasil debe aprovechar sus ventajas en el nuevo patrón exportador para convertirse en una potencia en ramas como el agronegocio y los agrocombustibles. Esto permite entender el hincapié de la diplomacia brasileña en la Ronda Doha de la OMC, aceptando liberalizar aún más la industria a cambio de mayor apertura para el agro, no importa si se profundiza la actual división internacional del trabajo o si quiebran miles de campesinos de las naciones explotadas del Sur, incluso pequeños agricultores de Brasil, perdiendo terreno para la soya, etc.[7] Este último aspecto nos conecta con el próximo elemento.


Cuarto, el subimperialismo no convierte la explotación de los pueblos vecinos en ventajas para los trabajadores brasileños, como pasaba con el fenómeno de la aristocracia obrera analizado por Lenin. Así demuestran los hechos sobre la contradicción entre la estructura productiva y las necesidades del pueblo. En estos años, Brasil devino en el principal exportador mundial de carne de ganado, y sin embargo cientos de miles padecen de desnutrición en Brasil; los quintiles superiores consumen seis veces más carne que los quintiles más pobres de la escala de ingreso.


Las constructoras brasileñas perciben hasta el 75% de sus ganancias en el exterior, lo que incluye los megaproyectos de la IIRSA, mientras los trabajadores de diferentes metrópolis brasileñas no cuentan con sistema de transporte de calidad. Brasil es el primer exportador mundial de soya, mientras importa el trigo, provocando el alza del precio del pan y de la canasta familiar. El lulismo autoproclamado defensor de los pueblos oprimidos patrocina al gran capital y a los proyectos que producen el despojo. Petrobras no es más una empresa pública que pudiera proveer combustible subsidiado a las empresas públicas de transporte. El multimillonario Eike Batista arrebató en un sólo día en una subasta de participaciones de Petrobras un monto igual a todo lo que el gobierno invierte en un año para su política social de funcionalización de la pobreza, que es el programa de bonos Bolsa Familia, insuficiente porque combate únicamente los efectos de la pobreza, ignorando sus causas. Un promedio del 36% del presupuesto nacional en los últimos años ha sido destinado al pago de intereses de la deuda, a la banca nacional e internacional, mientras se invirtió menos del 8% del presupuesto nacional en salud, educación y ciencia y tecnología.[8]

MECANISMOS DE EXPANSIÓN


Si Brasil sigue sometido al capital financiero internacional, ¿qué es lo que ha permitido el proceso expansionista de sus empresas? Son tres mecanismos. (1) El BNDES; (2) la captación bursátil; (3) y la diplomacia. El BNDES es el mayor banco de fomento de Latinoamérica, maneja fondos del ahorro de la clase trabajadora brasileña en manos del Estado. Creado en el segundo gobierno populista de Getulio Vargas (1951-54) con la misión de financiar proyectos de desarrollo tecnológico e industrial, se ha convertido en los últimos años cada vez más en un banco de promoción a las exportaciones. El BNDES financia los megaproyectos de infraestructura de la IIRSA a través de la exportación de servicios de ingeniería de las constructoras brasileñas; y en el final del gobierno de Cardoso pasó por una reforma legal para poder financiar también exportaciones de capitales, proyecto que se ha consolidado en los dos mandatos de Lula. Con estos recursos el gran capital brasileño adquirió importantes empresas de los países latinoamericanos, incluso empresas públicas privatizadas.


Un segundo instrumento son las captaciones bursátiles. Como Brasil mantiene un grado de liberalización que brinda a los capitales financieros la protección que desean y altas tasas de beneficios, una gran suma de capitales excedentes en las economías centrales se mueve a Brasil y se invierte en las empresas que forman parte del eje dinámico del nuevo patrón exportador. Así, bancos de inversión como Merryl Lynch están detrás de operaciones como la adquisición de la refinería de Zinc peruana de Cajamarquilla por la empresa Votorantim, por mencionar un caso. El mismo BNDES es socio de empresas como FRIBOI, Gerdau, o Vale.


El tercer mecanismo es la diplomacia del gobierno brasileño, que ha echado mano de diversos expedientes para llevar adelante el actual proyecto subimperialista. Durante la Asamblea Constituyente y cuando se debatía la reforma agraria en Bolivia, el canciller Celso Amorim advirtió que Brasil cortaría préstamos del BNDES para la adquisición de tractores si pasara algo con las propiedades de latifundistas brasileños en el departamento de Santa Cruz. Cuando el movimiento popular de Ecuador exigió la salida de Petrobras de un bloque petrolero concesionado irregularmente en el Parque Yasuní, territorio indígena y área de preservación, hubo presiones condicionando préstamos del BNDES a que Petrobras mantuviera la concesión. Además de estas presiones de negociaciones cruzadas, se ha buscado cooptar ambientalistas y técnicos que critican los impactos de megaproyectos de infraestructura, ofreciéndoles pasajes y otras ventajas, en el intento de que abandonen su posición honesta en defensa de los pueblos que serían afectados. Todo eso se combina con la presencia de un presidente como Lula, cuyo origen obrero y habla carismática esconde muchas veces la lógica de lo que está en marcha.


Teniendo en cuenta el contenido que la burguesía subimperialista busca afianzar en la economía política de Sudamérica, con apoyo del gobierno brasileño, nuestra evaluación del escenario político regional debe distinguir inicialmente tres proyectos en la región.


La disyuntiva nunca se ha resumido a la oposición ALCA/TLCs versus Mercosur. Más bien, se tiene el proyecto del imperialismo estadounidense, que ha incorporado a Chile, Perú y Colombia a los TLCS; el proyecto subimperialista encabezado por ciertas fracciones de las clases dominantes de Brasil que se traduce en el intercambio desigual del Mercosur y el despojo de los pueblos a través de la IIRSA; y el proyecto del ALBA, que planteó un importante enfrentamiento al modelo neoliberal en la conformación de un discurso radical antiimperialista, aunque empieza a dejarse llevar por la trampa del neodesarrollismo e incluso a lleva a cabo prácticas muy preocupantes respecto a los derechos de los trabajadores y las comunidades. En Ecuador, Rafael Correa ha declarado que una representativa organización popular como la CONAIE representa el “infantilismo de izquierda”. Según Correa, “quienes tienen la pancita bien llena” son los que rechazan la expansión de la explotación petrolera en territorios indígenas o el proyecto de la ley del agua que privilegia el uso del agua para grandes cultivos de exportación, como si fueran “mendigos sentados sobre un saco de oro”. [9]


En Venezuela es preocupante la hipercentralización del poder, el culto a la personalidad, y la criminalización del derecho de huelga, como pasó con obreros de Sidor y también con el cacique Sabino Romero que luchaba por los derechos del pueblo yukpa y ha sido encarcelado por un crimen que no cometió. En Bolivia también es preocupante que se haya tratado de deslegitimar la protesta de la 7ª Marcha Indígena de junio de este año, acusándola de ser financiada por la USAID.[10] En realidad, todos estos movimientos que se expresan en los países del eje sudamericano del ALBA no hacen más que cuestionar la concepción neodesarrollista que está en marcha, incluso manteniendo el actual patrón exportador.


Por un lado, es un hecho que la puesta en marcha de transformaciones anticapitalistas en Bolivia choca con los intereses del imperialismo dominante y del subimperialismo brasileño, lo que implica presiones muy grandes. Esto recuerda que el triunfo de la revolución en un país dependiente en el grado que lo es Bolivia tiene su suerte vinculada con una transformación radical también en Brasil, así como pensaba Lenín respecto a que la suerte de Rusia estaba vinculada con la revolución en Alemania, para que la transformación fuera afianzada.


Han sido determinantes las presiones de los intereses subimperialistas para que no se cumpliera, por ejemplo, el decreto de nacionalización de los hidrocarburos como estaba previsto. Sin embargo, esto no justifica que se haya abandonado la posición crítica con respecto a la IIRSA expresada en la cumbre de Cochabamba de 2007, o que se trate de deslegitimar a quienes reivindican la lucha por la agenda de octubre o por el derecho a la consulta de las comunidades indígenas.


De manera que hoy día, mientras se puede decir que en un momento hubo una fuerte disputa entre la concepción subimperialista y antiimperialista dentro de UNASUR, hoy se corre el riesgo de que el eje sudamericano del ALBA, bajo el neodesarrollismo -que mantiene la esencia del patrón exportador, aunque incrementando la presencia del Estado– renuncie a la construcción del poder del pueblo y a la superación de las relaciones capitalistas de producción, y más bien fortalezca el patrón de reproducción extractivo y exportador, bajo la hegemonía regional del subimperialismo, que constituye un eslabón de la cadena imperialista.


Si esto se confirmara, el proclamado Socialismo del Siglo XXI no trascendería y sería en realidad un capitalismo bajo otras formas estatales, un capitalismo exportador que se reviste de un carácter más estatal, pero que no puede conducir a la transformación estructural. Es necesario un cambio radical de ruta para evitar el fracaso del proyecto de integración de los pueblos bajo el eje del ALBA contra el imperialismo y el capitalismo en su fase más destructiva. Es urgente buscar la unidad de los pueblos latinoamericanos y corregir los rumbos de los gobiernos del eje sudamericano del ALBA antes que sea demasiado tarde. Quienes tendrán la respuesta serán las organizaciones de base que no han desistido de luchar por el fin de la explotación del ser humano y de la naturaleza.


En lo que atañe a Brasil, la elección de Dilma Roussef el 31 de octubre ha significado la superación del peligro de una mayor derechización en el país - con todo lo que representaba la campaña del candidato Serra contra los sin tierra y su política reaccionaria respecto a Bolivia, al considerar al gobierno boliviano como aliado del narcotráfico. Sin embargo, la continuación del lulismo no va a significar un cambio, sino más bien una profundización del modelo que privilegia al gran capital y que oprime de una sola vez al pueblo brasileño y latinoamericano.


Con eso, mantiene su actualidad una frase que Marini escribió en Sudesarrollo y Revolución hace más de 30 años: “El carácter internacional que la burguesía subimperialista pretende imprimir a su dominación identifica la lucha de clase del proletariado brasileño con la guerra antiimperialista que se libra en el continente”. [11]