James Petras: El capitalismo extractivo y las diferencias en el bando latinoamericano progresista
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=149207
El capitalismo extractivo y las diferencias en el bando latinoamericano progresista
Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez.
EXTRACTOS:
El capitalismo extractivo y las diferencias en el bando latinoamericano progresista
Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez.
EXTRACTOS:
Los principales países exportadores en el sector agro-minero, entre los
que se encuentran los más implicados con las principales
multinacionales energéticas y de la minería del mundo, son también los
que se caracterizan por ejercer las políticas más independientes y
progresistas. En apariencia, la primacía de las economías basadas en el
«capitalismo extractivo» y la exportación de bienes, ya no guardan
correlación con gobiernos «neocoloniales».
Se puede argumentar
que las concesiones a las multinacionales del sector extractivo y las
clases «dirigentes» locales garantizan estabilidad e ingresos constantes
y financian los crecientes gastos sociales que permiten la reelección
de gobiernos de centro-izquierda. Dicho de otro modo: el fundamento no
declarado de los éxitos electorales del centro-izquierda es una alianza
de facto entre «la cúpula» y «la base» de la estructura de clases, a
pesar de la creciente divergencia política entre los gobiernos y algunos
sectores de los movimientos sociales. ******
El Ecuador de Correa, otro presidente progresista
destacado, firmó dos contratos importantes con grupos petroleros
extranjeros en febrero de 2012, a pesar de la oposición de la mayoría de
las organizaciones indígenas, entre ellas CONAI. En Ecuador, igual que
en Bolivia, si bien las grandes empresas del sector petrolero y del gas
plantean objeciones a una renegociación de contratos que supone
incrementar del pago de regalías y una mayor presencia de autoridades
públicas, conservan una posición privilegiada en decisiones
fundamentales relacionadas con la gestión, la comercialización, la
tecnología y la inversión. A pesar de que se afirme lo contrario, los
dirigentes de los gobiernos progresistas y de las multinacionales no son
muy diferentes de lo que se sabía que sucedía bajo gobiernos
«neoliberales» anteriores. Además, tanto en Ecuador como en Bolivia,
muchos de los «tecnócratas» y administradores que trabajaron con
gobiernos neoliberales anteriores desempeñan un papel destacado en la
dirección de las iniciativas mixtas.
Si bien los gobiernos
progresistas han puesto en marcha programas contra la pobreza y han
registrado algunos éxitos en la reducción de los niveles de pobreza, lo
hacen como consecuencia del crecimiento de la economía, no a través de
la redistribución de la riqueza. De hecho, los gobiernos progresistas no
han implantado políticas redistributivas: la concentración de rentas y
de tierras, con elevados niveles de desigualdad, continúa intacta. En
realidad, la jerarquía de la estructura de clases no se ha alterado y,
en la mayoría de los casos, se ha visto reforzada por la inclusión de
nuevos candidatos a la clase media y alta. Entre ellos se encuentran
muchos antiguos dirigentes y activistas de la clase media y trabajadora
que han ingresado en el gobierno, así como «nuevos capitalistas» que se
benefician de los contratos estatales del gobierno progresista.
El sistema financiero se ha mantenido intacto y ha prosperado bajo los
gobiernos progresistas, sobre todo porque esos gobiernos endurecen las
políticas fiscales, acumulan reservas extranjeras, controlan el gasto
público y reducen la tasa de inflación. Los beneficios del sector
financiero son especialmente elevados en Brasil, Uruguay, Perú, Bolivia y
Ecuador. Brasil, concretamente, ha atraído grandes flujos de capital
especulativo de Wall Street y la City londinense debido a sus elevados
tipos de interés en relación con los de América del Norte y Europa.
Junto con la concentración de la propiedad en los sectores extractivo y
financiero, los gobiernos progresistas no han introducido impuestos
progresivos para reducir las diferencias de riqueza. La renta de las
élites del sector agrario en Bolivia, Argentina, Uruguay, Brasil y
Ecuador es varios cientos de veces más alta que la de la inmensa mayoría
de los granjeros, campesinos y jornaleros dedicados a la agricultura de
subsistencia. Muchos de estos últimos siguen sometidos a unas
condiciones de vida y laborales atroces. En muchos casos, los gobiernos
progresistas han hecho muy poco por fortalecer la normativa laboral y
sanitaria en las gigantescas plantaciones agrarias mientras los
trabajadores quedan expuestos a la fumigación de productos químicos
tóxicos no regulados.
Si la configuración de la propiedad y la
riqueza sigue relativamente inalterada desde el pasado neoliberal, los
gobiernos progresistas han acentuado la tendencia a la especialización
en la exportación. Con los gobiernos progresistas, las economías se han
diversificado menos y dependen más de la exportación del sector
agro-mineral y energético, y su crecimiento depende de la inversión
extranjera a largo plazo y gran escala. Los ingresos del Estado y el
crecimiento dependen más de la exportación de productos primarios.
******
En resumen, los gobiernos progresistas han mantenido un
doble discurso de múltiples caras: una retórica antiimperialista,
nacionalista y populista de consumo interno, al mismo tiempo que ponían
en práctica una política de fomento y expansión del papel del capital
extractivo extranjero en iniciativas conjuntas con el Estado y una
creciente burguesía nacional nueva. Los gobiernos progresistas articulan
una narración de socialismo y democracia participativa pero, en la
práctica, desarrollan políticas que vinculan el desarrollo a la
concentración y centralización del capital y el poder ejecutivo.
Los gobiernos progresistas predican una doctrina de justicia social y
equidad y desarrollan una práctica de cooptación de dirigentes sociales y
de clientelismo mediante los programas contra la pobreza para los
sectores más depauperados de la sociedad.
Los gobiernos
progresistas han combinado medidas de aumento de las rentas con cambios
estructurales a gran escala que benefician al sector primario
extractivo. La estabilidad del BP depende abiertamente del aumento de la
demanda de materias primas, del elevado precio de los bienes y de la
apertura de los mercados. Los gobiernos progresistas han logrado
vincular a sectores sindicales y del movimiento campesino con el Estado y
han socavado o debilitado a organizaciones de clase independientes y
las han sustituido por estructuras corporativas tripartitas.
Los progresistas han conseguido «reformar» o sustituir las políticas
caóticas, desreguladas, conflictivas y racistas de sus predecesores y
han institucionalizado el «capitalismo normal». Han introducido reglas y
procedimientos para favorecer la estabilidad institucional, la
disciplina fiscal y el incremento de beneficios, pero desigual. En otras
palabras: los «parámetros del neoliberalismo» se administran ahora de
forma eficiente y se legitiman mediante un falso nacionalismo basado en
una mayor autonomía política y diversificación mercantil. La toma de
decisiones ejecutivas centralizadas basada en unos acuerdos que
requieren que las multinacionales del sector extractivo inviertan y
desarrollen las fuerzas productivas se legitima mediante un marco
electoral y una coalición política entre muchas clases sociales.
Las políticas interior y exterior de los gobiernos progresistas
extractivos reflejan dos experiencias contradictorias: sus orígenes
radicales en las campañas para tomar el poder y la posterior adopción de
una estrategia de exportación agro-mineral desarrollista, propugnada
por tecnócratas neoliberales. La «síntesis» de estas dos experiencias
aparentemente «contradictorias» encuentra expresión, por una parte, en
la adopción de una posición política independiente y crítica hacia el
militarismo y el intervencionismo imperialista y, por otra, en la
colaboración económica con los agentes del imperialismo económico, a
saber: la firma de contratos a gran escala y largo plazo con
multinacionales del sector energético y agro-minero estadounidenses,
europeas y canadienses. Dicho de otro modo: los gobiernos progresistas
extractivos han «redefinido» o reducido el significado del imperialismo a
sus estructuras y políticas estatales, y no a sus elementos económicos
(las multinacionales) dedicados a la extracción de materias primas y la
explotación de la mano de obra. Del mismo modo, redefinen el significado
de «antiimperialismo» equiparándolo al de oposición a las
intervenciones político-militares y a la «justa distribución» de los
beneficios entre el gobierno y su «socio» multinacional. Esta
redefinición permite a los gobiernos progresistas reclamar legitimidad
popular sobre la base de la crítica regular a las políticas y prácticas
del Estado imperial, mientras que la colaboración y los acuerdos con las
multinacionales permiten a los gobiernos progresistas conservar los
apoyos de los intereses empresariales del interior y el extranjero.******
Los movimientos sociales desempeñaron un papel
importante en la politización y la movilización de las clases
trabajadora y campesina para elegir a los presidentes progresistas. Esa
convergencia duró poco. Una vez en el poder, los gobiernos progresistas
nombraron ministros económicos ortodoxos para que dirigieran la
economía. Adoptaron la estrategia extractiva, abandonaron una economía
nacionalista del sector público, concebida para diversificarse, y se
pasaron a una «economía mixta» basada en empresas participadas con
capital extranjero del sector extractivo. Primero, las comunidades
indígenas de Perú, Ecuador y algunos sectores de Bolivia pasaron a la
oposición aduciendo que no se tenían en cuenta sus intereses y que no se
les consultaba. Luego, sectores de la clase trabajadora y el
funcionariado se arrancaron a demandar salarios más altos y un
incremento en el gasto público. Los pequeños campesinos y productores
reclamaron estímulos económicos para las explotaciones familiares y las
industrias locales, en lugar de subsidios para las multinacionales
agro-minerales, ortodoxia fiscal y estrategias de explotación basadas en
la reducción de los costes laborales y el abandono del mercado
interior.
Los campesinos radicales sindicados y los dirigentes
indígenas de los movimientos sociales pusieron en duda la estrategia
extractiva agro-mineral en su conjunto, la distribución y la
administración de ingresos y gastos del Estado. Reafirmaron su apoyo a
un programa social defendiendo la reforma agraria, incluida la
expropiación de grandes plantaciones y la redistribución de tierras a
campesinos desposeídos. Los dirigentes laborales reclamaban una política
industrial que procesara «materias primas» con el fin de crear puestos
de trabajo en el sector manufacturero. Algunos sindicalistas reclamaron
la nacionalización de bancos e industrias estratégicas. Sin embargo, a
pesar de algunas protestas importantes, la gran masa de seguidores de
los movimientos sociales y la mayoría de sus líderes abandonaron muy
pronto el rechazo radical del modelo extractivo y empezaron a reclamar
una parte mayor de los ingresos. Los gobiernos progresistas atrajeron a
la gran masa de los dirigentes sociales a mesas de conciliación
tripartitas para negociar y garantizar cambios progresivos. Los
gobiernos progresistas resaltaron su oposición al «neoliberalismo». Lo
redefinieron para calificarlo de capitalismo no regulado y basado en
regalías bajas y financiación insuficiente de programas sociales. Los
gobiernos progresistas consiguieron dividir a los movimientos sociales
entre opositores radicales «utópicos» y reformistas progresistas. En
época de luchas sociales, los gobiernos progresistas aludían a una
«alianza de izquierda y derecha» y acusaban a quienes les criticaban de
actuar en nombre del imperialismo, ignorando que ellos mismos
colaboraban con multinacionales con fundamento imperial. Los
llamamientos presidenciales, un discurso populista nacionalista y el
incremento de los ingresos con los que se financiaba el creciente gasto
social debilitó a la oposición de izquierda. Los aumentos moderados pero
sostenidos de los programas contra la pobreza y el salario mínimo
neutralizaron los llamamientos de los dirigentes radicales de los
movimientos sociales. A pesar de la ruptura de los gobiernos
progresistas con sus «raíces igualitarias radicales», fueron
sobradamente capaces de obtener apoyo electoral masivo basándose en el
crecimiento dinámico general de la economía y el crecimiento sostenido
de la renta. Ambos fueron apuntalados durante largos periodos por un
precio elevado de las mercancías.
Los presidentes
extractivistas populares ganaron elecciones una y otra vez por mayorías
sustanciales y fueron capaces de movilizar a sectores de los movimientos
sociales moderados para que contrarrestaran los movimientos sociales
contrarios al extractivismo. El elevado precio de las mercancías y las
múltiples oportunidades para la explotación de recursos atrajo a
inversores extranjeros, a pesar del cada vez más elevado precio de las
regalías. Los inversores extranjeros se sintieron atraídos por la
estabilidad social que garantizaban los gobiernos progresistas, a
diferencia de la inestabilidad de los gobiernos neoliberales anteriores.
Los gobiernos progresistas han prosperado a base de lazos económicos
con las multinacionales y de una alianza electoral con las clases bajas.
******
El 12 de abril de 2001 y entre los meses de diciembre
de 2002 y febrero de 2003, la clase capitalista venezolana apoyada por
Estados Unidos y España organizó un golpe de estado fallido que fue
contenido y un cierre patronal en el sector petrolero que fue derrotado.
En el año 2011, un levantamiento encabezado por la policía de Ecuador y
un golpe de estado abortado en Bolivia fueron desbaratados con éxito
antes de que adquirieran empuje. En el año 2008, una protesta agraria
empresarial a gran escala en Argentina paralizó el sector de
exportaciones agrarias que se movilizaba contra una tasa impuesta a la
exportación y acabó con concesiones del gobierno.
En buena
medida, estas «luchas de clases desde arriba» operaron a favor de los
gobiernos progresistas porque les permitió plantear la cuestión de forma
unificada como si se tratara de una lucha entre un gobierno democrático
popular y una oligarquía autoritaria y retrógrada. En consecuencia, los
gobiernos progresistas consiguieron neutralizar, al menos
temporaleente, las críticas internas procedentes de la izquierda. La
derrota de «la derecha» pulió las credenciales del bando progresista y
elevó su popularidad.
Aunque el apoyo popular era importante
para el sostenimiento de los gobiernos progresistas frente a las
campañas de desestabilización más derechistas respaldadas por Estados
Unidos y la Unión Europea, tuvo igual o mayor importancia el respaldo
del ejército, de algunos sectores de la élite empresarial y de los
capitalistas del sector extractivo. Los progresistas, adoptando
«políticas moderadas» (entre las que se encontraban los subsidios
empresariales y una generosa subida de sueldos al ejército) consiguieron
dividir a la élite, conservar el apoyo del ejército y aislar a la
oposición de derechas. La derecha ha seguido siendo marginal desde el
punto de vista electoral y ha supuesto un límite muy estrecho para la
capacidad de injerencia e influencia de Estados Unidos y la Unión
Europea sobre el programa progresista.
El grado de «progresismo» en el seno del bando capitalista extractivo progresista varía de manera muy importante.
El gobierno de Chavez ha presentado un programa antiimperialista y
socialista que supone el rechazo de los golpes de estado, las guerras y
el bloqueo de Estados independientes por parte de Estados Unidos: ha
apoyado la re-renacionalización del petróleo, el aluminio y otras
materias primas, la minería y las fuentes de energía. Su reforma agraria
generalizada, que ha beneficiado a 300.000 familias, tiene por objetivo
la autosuficiencia alimentaria. La salud pública y la educación
superior universal y gratuita, el subsidio de los precios de alimentos
básicos a través de supermercados de propiedad pública y la vivienda
pública de bajo coste y a gran escala para los pobres, junto con las
campañas de alfabetización y la formación de miles de consejos de barrio
para arbitrar y resolver asuntos locales han profundizado y ampliado el
proceso de socialización.
A menor escala, Bolivia,
Ecuador y Argentina han desarrollado políticas exteriores
independientes. Sus nacionalizaciones parciales y selectivas están
pensadas para incrementar los ingresos, más que producirse en el marco
de una estrategia de transformación a gran escala y largo plazo. No han
seguido los pasos de Chavez sobre la reforma agraria y un mayor refuerzo
del gasto social en salud, vivienda y educación superior. Presentan
como «reforma de las tierras» la gestión de tierras lejanas, públicas y
de dudosa calidad. Han sido defensores de los cambios progresivos en lo
relacionado con los salarios y prestaciones sociales para hacerlos
acordes con el aumento de los ingresos derivados de la exportación de
bienes y en sintonía con la tasa de inflación; Bolivia y Ecuador han
desalojado a ocupantes de tierras y defendido a los principales
titulares de terrenos del sector agrario. Los gobiernos menos
«reformistas» y con las credenciales «progresistas» más dudosas son los
de Brasil, Uruguay y Perú (bajo el gobierno de Humala), que han adoptado
un programa de libre mercado; fomentan activamente la gran afluencia de
inversiones extranjeras no reguladas, rebajan la categoría de millones
de hectáreas de bosques tropicales (en especial, Brasil), promueven el
sector agrario empresarial y se oponen a la reforma agraria en todas sus
modalidades y han recurrido a la dispersión de campesinos y personas
sin tierra a las ciudades grandes y pequeñas, donde ejercen de reserva
de mano de obra para el capital o se suman al sector informal mal
remunerado. Estos gobiernos progresistas «moderados» han firmado
acuerdos militares con Estados Unidos y adoptan un perfil bajo de
oposición a las medidas imperiales estadounidenses en Oriente Próximo.
Su «progresismo» se ve en el apoyo que prestan a la integración
regional, en su oposición a la hegemonía estadounidense en el continente
(oponiéndose al golpe de estado de Estados Unidos en Honduras, al
bloqueo de Cuba y a las injerencias en Venezuela) y en la
diversificación de los mercados exteriores. Brasil encabeza la marcha en
la asistencia a los especuladores de Wall Street y en el gasto público
contra la pobreza con unas cestas de alimentos básicas. La reducción de
la pobreza queda igualada por el espectacular aumento del número de
millonarios vinculados a los sectores financiero y de la exportación de
productos agro-minerales. Los progresistas «moderados» tienen el
historial más imponente (y bien documentado) de degradación
medioambiental en curso. En Perú, Humala ha dado luz verde a una
explotación minera que amenaza al medio de vida de millares de
campesinos y empresarios locales de Cajamarca; los presidentes Lula da
Silva y Dilma Rouseff, del Partido de los Trabajadores, han fomentado en
una década la destrucción de millones de hectáreas de bosque tropical
amazónico y el desplazamiento de montones de comunidades indígenas. En
Uruguay, los presidentes Tabaré Vazquez y Mújica, del Frente Amplio,
favorecieron que la fábrica de celulosa Botina, muy tóxica, contaminara
el río Paraná a pesar de las protestas masivas.
En resumen, es
difícil generalizar acerca de la actuación del bando progresista, dadas
las divergencias de política social y económica. Pero se puede esbozar
una especie de «tarjeta resumen».
Todos los gobiernos han
reducido los niveles de pobreza e incrementado la dependencia con
respecto a las exportaciones e inversiones del sector agro-mineral.
Todas han firmado y/o renegociado contratos con multinacionales del
sector extractivo; muy pocos han diversificado su economía. Los que
cuentan con un tejido industrial relevante (Argentina, Brasil y Perú)
han sufrido un declive importante en su sector manufacturero debido a la
apreciación de las monedas y la pérdida de competitividad derivada de
la subida de los precios de los bienes de exportación. Los acuerdos de
aumento progresivo de salarios han desembocado en un menor nivel de
conflicto social en las ciudades (con la excepción de Bolivia), pero el
desplazamiento de campesinos y la degradación han intensificado
conflictos en el interior entre las comunidades rurales y las
multinacionales, lo que ha dado lugar a represión del Estado (Perú).
El impacto social de los gobiernos progresistas tiene un abanico de
variaciones muy amplio, donde Venezuela registra los cambios
estructurales de mayor alcance y el resto carece de visión o proyección a
largo plazo para redistribuir la riqueza, las rentas o la tierra. Su
apoyo común a la integración regional va aparejado de divergencias
importantes en el acomodo a la política militar estadounidense.
Venezuela, Ecuador y Bolivia, miembros del ALBA, rechazan los tratados
militares, mientras que Brasil, Uruguay y Perú han firmado acuerdos
militares con el Pentágono.
El rendimiento económico general es
desigual. La economía de Brasil, en especial su sector manufacturero,
se está estancando en un crecimiento cero o negativo en los años 2011 y
2012; Venezuela se está recuperando pero con una tasa de inflación del
20 por ciento, mientras que el resto del BP está experimentando un
crecimiento sostenido pero una creciente dependencia de la exportación
de bienes al mercado asiático (China).
Las alternativas a las
economías extractivas vigentes varían enormemente. En Venezuela, el
gobierno ha convertido la diversificación en una alta prioridad; los
gobiernos brasileño y argentino están adoptando medidas proteccionistas
para fomentar la industria con un éxito limitado, sobre todo porque sus
políticas vienen contrarrestadas por la expansión real de la extensión
de tierras dedicada a la producción de soja y bienes de exportación.
Uruguay, Perú, Ecuador y Bolivia hablan de diversificación, pero han
evitado tomar medidas para pasarse a la producción de alimentos y la
agricultura familiar y todavía tienen que adoptar medidas concretas para
estimular la industria local mediante una política de industrialización
con financiación pública.
Etiquetas: esp, Extractivismo, Petras
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