Tan sólo en Orellana, Sucumbíos, Napo, Pastaza y Esmeraldas, regiones ecuatorianas (donde operan las petroleras, madereras, mineras y los planes geopolíticos militares estadunidenses), quitan el aliento al más plantado los restos de breas y crudo más el “agua de formación” usada en los procesos petroleros botados en los brazos de agua y los pozos, las lagunas y los predios; las perennes quemas de gas y detritos de los procesos de extracción; la tala clandestina y la ganadería extensiva que logran una deforestación brutal. En ciudades como Coca, Sacha y Lago Agrio los oleoductos pasan por en medio con el peligro latente de incendios, derrames o explosiones. Hay pozos y estaciones de bombeo al lado de escuelas. La voracidad por el oro, el sílice, el cobre, el molibdeno y su refinamiento tras extracciones a cielo abierto, llenan de tóxicos (cianuro, por ejemplo) aire, ríos, quebradas. El monocultivo de palma africana, secando arroyos y manantiales, agrava la pérdida de fauna.
Se suma la compra de dirigentes, la división de las comunidades, las latas de conserva, machetes o motores de fuera de borda que las empresas “regalan” para congraciarse, las consultas fraudulentas, los retenes militares, la construcción de aeropuertos, las fumigaciones con defoliantes, la instalación de hoteles y spas de “ecoturismo”, la biopiratería, el tendido de electricidad y carreteras, el dragado de los ríos.
El boom-town como forma de vida sustituye los referentes, con su cauda de alcohol, droga, prostitución, tráfico de armas y corrupción, más la violencia de los paramilitares colombianos que patrullan la noche en motocicletas, adueñados de las poblaciones aledañas a la frontera con Colombia. Para los sembradores o antiguos cazadores es muy problemático convivir con esta maquinaria imparable que los sume en la miseria y la confusión.
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