martes, abril 04, 2006

Oilwatch frente al Gasoducto del Sur

Las organizaciones de los países amazónicos, miembros de la red Oilwatch, proponemos una reflexión sobre los proyectos energéticos que se ciernen sobre nuestra región.

Desde diferentes empresas, instituciones y gobiernos se habla de la construcción de ductos, centros de almacenamiento y demás infraestructura conexa, para hacer que los hidrocarburos fluyan por la región. El petróleo y el gas son los objetivos de la mayoría de estos proyectos.

Nuevas iniciativas de integración regional entre diversos países se lanzan a uno de los ecosistemas más frágiles del mundo: La Amazonía.

Esta es una región que aún custodia ecosistemas bien conservados y que constituyen la fuente de sustentación de poblaciones tradicionales que mantienen modelos de vida, de producción y consumo que han asegurado la perpetuidad de la vida por milenios.

Está claro que hay dos tendencias sustanciales en la región. Por un lado está el bloque de países cuyos gobiernos se han sentado con Estados Unidos a negociar Tratados de Libre Comercio. A través de los cuales se cristaliza una propuesta imperialista para lograr el control directo sobre todos los recursos de la región, e imponer reformas jurídicas para debilitar a los Estados Nacionales para convertirlos en meros facilitadores de las operaciones de las empresas estadounidenses. A través de los TLC también se están privatizando las empresas estatales y se debilita la soberanía de los Estados, mientras se incrementa la presencia militar de Estados Unidos en la región. Porque un impero no puede sostenerse si no parasita a otros.

Por otro lado están los gobiernos que han marcado distancia con Estados Unidos, y que están empeñados en fortalecer a los Estados Nacionales a través de integraciones regionales, para devolver a sus países el control soberano sobre los recursos naturales.

Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y Uruguay adelantan sus acuerdos de integración, fortalecen o reconstruyen las empresas petroleras nacionales o planean infraestructuras interregionales.

Sin embargo, en estos países, el capital nacional, articulado con los intereses transnacionales, quiere consolidarse a través de proyectos industriales que necesitan grandes cantidades de recursos energéticos para exportar bienes de consumo.

Pero debemos preguntarnos: ¿cuáles son las verdades necesidades de nuestros países?

Los pueblos indígenas, las comunidades de campesinos, las aldeas ribereñas, las comunidades extractivistas y los pobres de las ciudades, reclaman sus derechos sobre la tierra, sobre el agua y sobre su futuro; tres prioridades para su existencia que están amenazadas por los nuevos proyectos hidrocarburíferos, ya sea nacionales o trasnacionales.

Una verdadera integración es aquella que se logra con justicia y equidad, lo que es imposible de alcanzar si se pone en peligro el ambiente y se violenta los derechos humanos. La extracción, transporte y procesamiento de combustibles fósiles, destruye el ambiente y genera una violación sistemática a los derechos colectivos de los pueblos.

Impactos ambientales de los gasoductos y oleoductos

Si hiciéramos un inventario de los cientos de desastres provocados por los gasoductos y oleoductos existentes en la región, tendríamos resultados escalofriantes.

Las tuberías de transporte de hidrocarburos, por nuevas que sean, sufren permanentes rupturas, causando contaminación, impactos en la salud de la población local, deforestación, destrucción de cultivos y muerte.

El SOTE (Sistema de Oleoducto Trans-Ecuatoriano), sufre tres rupturas a la semana. En Perú, el gasoducto de Camisea, en menos de un año y medio de inaugurado, ya ha causado 5 desastres. En un accidente provocado por un gasoducto en Bolivia operado por Transredes, se quemaron 29 personas y numerosas viviendas quedaron destruidas. En el gasoducto Norandino a poco tiempo de inaugurado, se produjo un incendio por una fuga de gas en la región de las yungas argentinas que fue apagado solo después de varios días.

Un gasoducto con las dimensiones propuestas para el Gasoducto del Sur, cruzaría las tres principales cuencas hidrográficas de América del Sur: la cuenca del Orinoco, del Amazonas y del Río de La Plata.

El Gasoducto del Sur afectará a ecosistemas naturales y fuentes de agua. Cobrarán fuerza enfermedades como el dengue o la malaria y se esparcirán enfermedades como la leptospirosis, debido a la interrupción de los esteros y porque aumentará la movilidad de personas en la zona.

También las rupturas del gasoducto generarán incendios a lo largo de los 8.000 Km. de ruta y habrá alteraciones locales en el clima como resultado de la deforestación.

Para servir a los gasoductos se necesita construir vías. Una vez construidas, se convertirán en venas abiertas y heridas sin remedio, pues serán una puerta abierta para el acceso de madereros, traficantes de tierra, mineros; y para el robo de la biodiversidad y del conocimiento ancestral de los pueblos indígenas.

Igualmente, en la Amazonía, además de las miles de comunidades indígenas que viven en condiciones de mucha vulnerabilidad, están los pueblos indígenas en aislamiento voluntario que verán sus vidas forzosamente violentadas.

Estas poblaciones estarán expuestas a enfermedades emergentes frente a las cuales no tienen ninguna defensa.

Los impactos del Gasoducto del Sur serán innumerables, enormes e irreversibles por donde atraviese.

Los pueblos proponemos otra integración

Debemos también señalar que Venezuela ha planteado desarrollar otro gasoducto hacia Panamá. Eventualmente éste se conectará a México y de ahí a Estados Unidos. Es decir, la infraestructura que se está construyendo hoy con una visión de fortalecimiento regional puede, en el futuro, servir para succionar los recursos de Bolivia y Perú, con dirección al Norte.

Por la sed de petróleo se han justificado las invasiones, las guerras, la corrupción, el genocidio, el endeudamiento externo o los tratados de libre comercio.

Para garantizar el acceso al petróleo y gas, en las zonas de extracción de los hidrocarburos, a lo largo de las rutas de los ductos, junto a las refinerías y a las plantas de petroquímica, se sufre penurias de todo tipo, enfermedades, problemas sociales, inflación o empobrecimiento extremo.

No debemos reforzar nuestra condición de países exportadores de petróleo. Tampoco de dependientes de petróleo o gas. No debemos anclarnos dentro de una civilización petrolera que por fuerza tiene que cambiar.

Sí es posible hablar de una integración diferente, pero desde los pueblos. Una integración que esté basada en la diversidad, la dignidad, el bienestar y la justicia; en el respeto a los todos los derechos humanos, pero sobre todo a los derechos colectivos y ambientales.

Desde América Latina tenemos la oportunidad de plantear un modelo de integración distinto, ha llegado el momento de iniciar un camino hacia una civilización pos-petrolera, respetuosa de la gente y de su ambiente.

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