lunes, diciembre 11, 2006



Filantropía y privatización de la cooperación al desarrollo

Miguel Romero
Coordinador de Estudios y Comunicación de ACSUR-LAS SEGOVIAS

La concesión del premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional a la Fundación Bill y Melinda Gates ha empujado el tema a las portadas de los medios y parece haber iniciado una subasta entre “filántropos” a la que se han sumado Branson, Turner, Buffett y otros megamillonarios. El tema merece un comentario.
Las actividades filantrópicas tienen una obvia dimensión publicitaria que, además de satisfacer la vanidad de sus protagonistas, producen importantes efectos indirectos en sus negocios; así ocurre especialmente con las fundaciones vinculadas a las grandes empresas, que actúan frecuentemente como sociedades instrumentales al servicio de su casa matriz para la apertura de mercados y operaciones de lavado de imagen.


Pero finalmente, es cierto que, en ocasiones, los fondos de la filantropía contribuyen a la resolución de problemas sociales importantes. Hay aquí problemas reales a considerar, especialmente cuando estos problemas son planteados por personas que merecen admiración y respeto (lo cual entre paréntesis, no ocurre siempre: muchas veces el dinero encierra en el cajón los “códigos de conducta” por razones que no merecen ningún respeto).
Volvamos a la Fundación Gates. Uno de sus programas más populares es la financiación de las investigaciones del doctor español Pedro Alonso en el Centro de Investigación en Salud de Manhiça en Mozambique para obtener una vacuna contra la malaria. Los trabajos están ya muy avanzados y posiblemente en el año 2010 se dispondrá de la vacuna y con ella de una herramienta eficaz frente a una de las más mortíferas “enfermedades de los pobres”.

Comentando la concesión de Premio Príncipe de Asturias a la Fundación Gates, Alonso felicitó a la Fundación Gates por “impulsar una revolución en la salud pública mundial”. Con todo respeto, no es verdad.

La vacuna RTS.S está patentada por uno de los gigantes de la industria farmacéutica, la Glaxo Smith Kline, industria que reúne a las corporaciones mas despiadadas de nuestros mundo, habituadas a sacrificar la salud a los imperativos del negocio. La terrible historia que contó John Le Carré en El jardinero fiel es un pálido reflejo de la realidad del oligopolio llamado Big Pharma, del cual Glaxo es un miembro relevante.

Es muy instructivo conocer el trazado de la gestión por parte de Glaxo de su patente: las primeras investigaciones de la vacuna se hicieron en los laboratorios del ejército norteamericano, es decir, con dinero público. Glaxo vio oportunidades de negocio y se hizo con la patente. A los quince años abandonó la investigación porque no era rentable, pero mantuvo la propiedad de la patente. Posteriormente, los fondos provenientes de la Fundación Gates, y la subvención de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Centro Manhiça, relanzaron las investigaciones, ahora bajo la dirección de Alonso. Pero cuando la vacuna se comercialice, su propiedad corresponderá por entero a Glaxo y estará protegido por el leonino régimen de patentes de la OMC. Glaxo dice que “venderá barata” la vacuna. Pero, ¿por qué Glaxo va a lucrarse gracias a un medicamento de altísimo interés social, que se ha desarrollado gracias a donaciones públicas y privadas “sin ánimo de lucro”? Un fármaco creado gracias a este tipo de subvenciones y destinado a poblaciones empobrecidas no tiene que ser “barato”; tiene que ser gratuito.

Alonso considera que “parte de la lucha” por conseguir fármacos para las patologías que se ceban en los países pobres, para los que “no hay mercado”, reside en “interesar” a los grandes laboratorios. Constata que “no hay vacuna en el mundo” que no haya sido producida por estos laboratorios. Pero constata también que la mayoría de la gran industria ha cerrado los laboratorios destinados a investigar sobre estas enfermedades “no rentables”, lo cual explica que el 90% de los recursos mundiales de investigación biomédica esté destinado al 10% de problemas de salud, es decir a los problemas “rentables”.

Ésta es la clave: en realidad, los fondos públicos y de origen filantrópico destinados a combatir las enfermedades de los pobres se destina en realidad a hacerlas rentables para la gran industria que posee las patentes.

Se entiende muy bien que Pedro Alonso y su equipo busquen, por encima de todo, sacar adelante su investigación, que merece sobradamente el reconocimiento de la gente solidaria.

Su trabajo no es denunciar las contradicciones de la filantropía (y, en este caso, además de la cooperación pública española). Pero el nuestro, el de las organizaciones y movimientos solidarios, sí. Porque mientras la sanidad pública esté bajo las riendas del Big Pharma, no habrá derecho a la salud para las poblaciones empobrecidas del mundo, cuando ya existen los conocimientos y los equipos de profesionales médicos y sanitarios sobradamente capaces para hacer ese derecho realidad.

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