El Protocolo de Cartagena y el futuro de la bioseguridad
Carmelo Ruiz Marrero | 7 de octubre de 2008
Versión original: The Biosafety Protocol and the Future of Biosafety
Traducción por: Carmelo Ruiz Marrero
Programa de las Américas
www.ircamericas.org
Más de una década después de la introducción comercial de cultivos y alimentos genéticamente modificados (GM), o transgénicos, la controversia que les rodea sólo parece crecer, como bien se ha documentado en informes recientes del Programa de las Américas.1 ¿Cuales son los impactos ambientales y socioeconómicos de estos cultivos? ¿Son seguros para consumo?
Estas interrogantes son especialmente relevantes para América Latina, pues es la región productora y exportadora de transgénicos más grande del mundo después de Estados Unidos y Canadá.2 Argentina y Brasil son, respectivamente, el segundo y el tercer mayor productor de cultivos transgénicos en el mundo, Paraguay es séptimo y Uruguay noveno. Argentina sola es responsable de 19% del área sembrada de transgénicos del mundo.
¿Qué herramientas metodológicas existen para evaluar los riesgos de esta nueva tecnología? Tales métodos, procedimientos y líneas de investigación han sido gradualmente desarrollados a lo largo de las últimas dos décadas y son colectivamente conocidos como "bioseguridad".
La bioseguridad es un nuevo y creciente campo dedicado específicamente a atender las preocupaciones en torno a la seguridad e inocuidad de la ingeniería genética y los organismos transgénicos. Reconoce que los organismos transgénicos son esencialmente distintos de sus contrapartes no transgénicos y que por lo tanto presentan riesgos únicos y sin precedentes que requieren de una evaluación de riesgo apropiada.
Estas preocupaciones son atendidas a nivel internacional por el Protocolo de Bioseguridad de las Naciones Unidas, conocido también como el Protocolo de Cartagena.3 "Por primera vez en el derecho internacional hay un reconocimiento implícito de que los organismos genéticamente modificados (OGM) son inherentemente distintos de los organismos de origen natural, y traen riesgos y peligros especiales, y por lo tanto necesitan tener un instrumento legal con fuerza de ley", dice Lim Li Lin, coordinadora del Programa de Bioseguridad de la Red del Tercer Mundo.4 "El Protocolo reconoce que los OGM pueden tener impactos sobre la biodiversidad, la salud humana y de índole socioeconómica, y que estos impactos deben ser objeto de evaluaciones de riesgo o tomados en consideración a la hora de tomar decisiones sobre transgénicos."
El Protocolo, firmado por 147 países para el verano de 2008, fue adoptado en 2000 tras años de contenciosas negociaciones y entró en vigor en septiembre de 2003.5 Su ratificación fue lograda gracias a los esfuerzos de las delegaciones de países en vías de desarrollo, organizadas como el "Grupo de Igual Parecer".
En el bando opuesto, las delegaciones de países que no querían un protocolo con fuerza de ley y que eran hostiles incluso al concepto mismo de bioseguridad, estaba el "Grupo de Miami". Este pequeño pero poderoso grupo fue dirigido por Estados Unidos e incluyó a Argentina, Chile y Uruguay. Ninguno de los miembros del Grupo de Miami ha firmado el Protocolo.6
Para firmar el Protocolo los países deben también ser miembros de la Convención de Biodiversidad de la ONU (CBD), un acuerdo internacional para la protección y uso sustentable de la biodiversidad firmado por 191 países para el verano de 2008.7 La Convención fue firmada inicialmente en la Conferencia de la ONU sobre Ambiente y Desarrollo, conocida también como la Cumbre de la Tierra, que tomó lugar en Brasil en 1992. Estados Unidos se negó a firmar la CBD y el Protocolo, pero un número de productores de transgénicos lo firmaron, incluyendo Brasil.8
El Protocolo se negocia regularmente en sesiones conocidas como las reuniones de las partes (MOP, por sus siglas en inglés). Las MOP toman lugar justo antes de la reunión bi-anual de la CBD, conocida como la Conferencia de las Partes (COP, por sus siglas en inglés), por lo cual se les conoce conjuntamente como las COP-MOP. Las últimas reuniones COP-MOP tomaron lugar en Curitiba, Brasil (2006), y Bonn, Alemania (2008). La próxima será en Nagoya, Japón, en 2010.
El Protocolo y el campo de la bioseguridad se fundamentan sobre el principio precautorio, un concepto científico formulado para ayudar con la protección de la salud humana y el ambiente ante factores de riesgo e incertidumbre. El principio postula que cuando la sociedad balancea riesgos causados por actividades humanas (como por ejemplo la introducción de nuevas tecnologías), la falta de certeza científica no deberá ser usada como excusa para no tomar acción preventiva para proteger la salud humana y el ambiente.9 Hay referencias al principio en el Artículo 1 del Protocolo y en el Principio 15 de la Declaración de Río,10 un documento de consenso producido en la Cumbre de la Tierra.
El principio precautorio pone el peso de la duda en los promotores de nuevas tecnologías y no sobre aquellos que expresan reservas y advierten sobre peligros. "En el uso general de la tecnología, aquellos que alegan la existencia de efectos no probados se han visto obligados a demostrar que la actividad en cuestión causa daño a la salud y el ambiente", dice Anne Ingeborg Myhr, del Instituto de Ecología Genética de Noruega.11 "Con el empleo del principio precautorio, la carga de la prueba se traslada al proponente, que ahora necesita demostrar que la actividad es necesaria y que no perjudicará la salud o el ambiente. Esto se refleja en el Protocolo de Cartagena."
Sin embargo, ni en la Declaración de Río ni en el Protocolo se mencionan las palabras "principio precautorio". En ambas instancias la delegación estadounidense y sus aliados (en el caso del Protocolo, el Grupo Miami) lograron exitosamente impedir que se mencionara y que se sustituyera por el ambiguo término "acercamiento precautorio".
Es por esto que el Principio 15 de la Declaración de Río dice: "Con el fin de proteger el ambiente, el acercamiento precautorio será ampliamente aplicado por los estados de acuerdo a sus capacidades. Donde hay amenazas de daños serios o irreversibles, la falta de completa certeza científica no será usada como razón para posponer medidas costo-efectivas para prevenir la degradación ambiental."
Además, el Grupo Miami pudo eliminar cualquier referencia a organismos genéticamente modificados y sustituirlas con el ambivalente término "organismos vivos modificados."
El preámbulo del Protocolo dice: "En concordancia con el acercamiento precautorio contenido en el Principio 15 de la Declaración de Río sobre Ambiente y Desarrollo, el objetivo de este Protocolo es contribuir a asegurar un nivel adecuado de protección en el ámbito de la transferencia, manejo y uso seguros de organismos vivos modificados resultantes de la biotecnología moderna que puedan tener efectos adversos sobre la conservación y uso sustentable de la diversidad biológica, teniendo también en cuenta riesgos a la salud humana y específicamente enfatizando los movimientos transfronterizos."
RECUADRO: Los transgénicos, ¿Son seguros o no?
Carmelo Ruiz Marrero | 7 de octubre de 2008
Versión original: The Biosafety Protocol and the Future of Biosafety
Traducción por: Carmelo Ruiz Marrero
Programa de las Américas
www.ircamericas.org
Más de una década después de la introducción comercial de cultivos y alimentos genéticamente modificados (GM), o transgénicos, la controversia que les rodea sólo parece crecer, como bien se ha documentado en informes recientes del Programa de las Américas.1 ¿Cuales son los impactos ambientales y socioeconómicos de estos cultivos? ¿Son seguros para consumo?
Estas interrogantes son especialmente relevantes para América Latina, pues es la región productora y exportadora de transgénicos más grande del mundo después de Estados Unidos y Canadá.2 Argentina y Brasil son, respectivamente, el segundo y el tercer mayor productor de cultivos transgénicos en el mundo, Paraguay es séptimo y Uruguay noveno. Argentina sola es responsable de 19% del área sembrada de transgénicos del mundo.
¿Qué herramientas metodológicas existen para evaluar los riesgos de esta nueva tecnología? Tales métodos, procedimientos y líneas de investigación han sido gradualmente desarrollados a lo largo de las últimas dos décadas y son colectivamente conocidos como "bioseguridad".
La bioseguridad es un nuevo y creciente campo dedicado específicamente a atender las preocupaciones en torno a la seguridad e inocuidad de la ingeniería genética y los organismos transgénicos. Reconoce que los organismos transgénicos son esencialmente distintos de sus contrapartes no transgénicos y que por lo tanto presentan riesgos únicos y sin precedentes que requieren de una evaluación de riesgo apropiada.
Estas preocupaciones son atendidas a nivel internacional por el Protocolo de Bioseguridad de las Naciones Unidas, conocido también como el Protocolo de Cartagena.3 "Por primera vez en el derecho internacional hay un reconocimiento implícito de que los organismos genéticamente modificados (OGM) son inherentemente distintos de los organismos de origen natural, y traen riesgos y peligros especiales, y por lo tanto necesitan tener un instrumento legal con fuerza de ley", dice Lim Li Lin, coordinadora del Programa de Bioseguridad de la Red del Tercer Mundo.4 "El Protocolo reconoce que los OGM pueden tener impactos sobre la biodiversidad, la salud humana y de índole socioeconómica, y que estos impactos deben ser objeto de evaluaciones de riesgo o tomados en consideración a la hora de tomar decisiones sobre transgénicos."
El Protocolo, firmado por 147 países para el verano de 2008, fue adoptado en 2000 tras años de contenciosas negociaciones y entró en vigor en septiembre de 2003.5 Su ratificación fue lograda gracias a los esfuerzos de las delegaciones de países en vías de desarrollo, organizadas como el "Grupo de Igual Parecer".
En el bando opuesto, las delegaciones de países que no querían un protocolo con fuerza de ley y que eran hostiles incluso al concepto mismo de bioseguridad, estaba el "Grupo de Miami". Este pequeño pero poderoso grupo fue dirigido por Estados Unidos e incluyó a Argentina, Chile y Uruguay. Ninguno de los miembros del Grupo de Miami ha firmado el Protocolo.6
Para firmar el Protocolo los países deben también ser miembros de la Convención de Biodiversidad de la ONU (CBD), un acuerdo internacional para la protección y uso sustentable de la biodiversidad firmado por 191 países para el verano de 2008.7 La Convención fue firmada inicialmente en la Conferencia de la ONU sobre Ambiente y Desarrollo, conocida también como la Cumbre de la Tierra, que tomó lugar en Brasil en 1992. Estados Unidos se negó a firmar la CBD y el Protocolo, pero un número de productores de transgénicos lo firmaron, incluyendo Brasil.8
El Protocolo se negocia regularmente en sesiones conocidas como las reuniones de las partes (MOP, por sus siglas en inglés). Las MOP toman lugar justo antes de la reunión bi-anual de la CBD, conocida como la Conferencia de las Partes (COP, por sus siglas en inglés), por lo cual se les conoce conjuntamente como las COP-MOP. Las últimas reuniones COP-MOP tomaron lugar en Curitiba, Brasil (2006), y Bonn, Alemania (2008). La próxima será en Nagoya, Japón, en 2010.
El Protocolo y el campo de la bioseguridad se fundamentan sobre el principio precautorio, un concepto científico formulado para ayudar con la protección de la salud humana y el ambiente ante factores de riesgo e incertidumbre. El principio postula que cuando la sociedad balancea riesgos causados por actividades humanas (como por ejemplo la introducción de nuevas tecnologías), la falta de certeza científica no deberá ser usada como excusa para no tomar acción preventiva para proteger la salud humana y el ambiente.9 Hay referencias al principio en el Artículo 1 del Protocolo y en el Principio 15 de la Declaración de Río,10 un documento de consenso producido en la Cumbre de la Tierra.
El principio precautorio pone el peso de la duda en los promotores de nuevas tecnologías y no sobre aquellos que expresan reservas y advierten sobre peligros. "En el uso general de la tecnología, aquellos que alegan la existencia de efectos no probados se han visto obligados a demostrar que la actividad en cuestión causa daño a la salud y el ambiente", dice Anne Ingeborg Myhr, del Instituto de Ecología Genética de Noruega.11 "Con el empleo del principio precautorio, la carga de la prueba se traslada al proponente, que ahora necesita demostrar que la actividad es necesaria y que no perjudicará la salud o el ambiente. Esto se refleja en el Protocolo de Cartagena."
Sin embargo, ni en la Declaración de Río ni en el Protocolo se mencionan las palabras "principio precautorio". En ambas instancias la delegación estadounidense y sus aliados (en el caso del Protocolo, el Grupo Miami) lograron exitosamente impedir que se mencionara y que se sustituyera por el ambiguo término "acercamiento precautorio".
Es por esto que el Principio 15 de la Declaración de Río dice: "Con el fin de proteger el ambiente, el acercamiento precautorio será ampliamente aplicado por los estados de acuerdo a sus capacidades. Donde hay amenazas de daños serios o irreversibles, la falta de completa certeza científica no será usada como razón para posponer medidas costo-efectivas para prevenir la degradación ambiental."
Además, el Grupo Miami pudo eliminar cualquier referencia a organismos genéticamente modificados y sustituirlas con el ambivalente término "organismos vivos modificados."
El preámbulo del Protocolo dice: "En concordancia con el acercamiento precautorio contenido en el Principio 15 de la Declaración de Río sobre Ambiente y Desarrollo, el objetivo de este Protocolo es contribuir a asegurar un nivel adecuado de protección en el ámbito de la transferencia, manejo y uso seguros de organismos vivos modificados resultantes de la biotecnología moderna que puedan tener efectos adversos sobre la conservación y uso sustentable de la diversidad biológica, teniendo también en cuenta riesgos a la salud humana y específicamente enfatizando los movimientos transfronterizos."
RECUADRO: Los transgénicos, ¿Son seguros o no?
A pesar de las aseguranzas de la industria de biotecnología y la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés), hasta el día de hoy no se ha demostrado que los alimentos GM sean seguros. La FDA no realiza sus propios estudios sobre productos transgénicos. Lo único que hace es aceptar estudios hechos por las compañías de biotecnología sobre sus productos GM. La mayoría de estos estudios son información confidencial empresarial, y por lo tanto no están sujetos a escrutinio público.
"El consultar la FDA sobre la seguridad de alimentos transgénicos es un ejercicio puramente voluntario, en el que la agencia recibe resúmenes sin datos y conclusiones sin fundamento", dice el investigador Jeffrey Smith en su excelente libro Genetic Roulette (Ruleta Genética). "Si la compañía alega que sus alimentos son seguros, la FDA no tiene más preguntas. Por lo tanto, se aprueban para venta variedades transgénicas que nunca fueron alimentadas a animales en estudios de seguridad rigurosos y probablemente nunca a humanos tampoco."
La FDA "depende casi totalmente de la notificación voluntaria de las compañías de biotecnología de que llevaron a cabo su propia evaluación de seguridad de los cultivos GM que quieren difundir comercialmente", según los científicos húngaros Arpad Pusztai y Susan Bardocz. "La FDA no tiene laboratorio propio y nunca subvenciona la seguridad de cultivos y alimentos transgénicos".
La agencia llevó a cabo sus propias pruebas sobre alimentos GM sólo una vez. Los documentos ahora desclasificados de esta investigación muestran que los científicos de la agencia estaban divididos en cuanto a la seguridad de estos productos y que algunos de ellos abiertamente expresaban reservas acerca de ellos. Sin embargo la FDA aprobó los alimentos transgénicos para uso de consumidores.
La literatura científica publicada sobre las implicaciones de salud humana de alimentos GM consiste de apenas más de 20 estudios, un número alarmantemente bajo. En un estudio publicado en Nutrition and Health, I.F. Pryme y R. Lembcke observan que los estudios sobre alimentos transgénicos que no son financiados por la industria tienden a encontrar problemas con serias implicaciones para la salud humana, mientras que los que son financiados por la industria nunca encuentran ningún problema. Un informe de William Freese y David Schubert titulado "Safety Testing and Regulation of Genetically Engineered Foods" (Biotechnology and Genetic Engineering Reviews, 2004) concluye que el proceso de evaluación de alimentos GM en Estados Unidos no es efectivo, ya que se basa en investigación pobre y premisas erróneas.
Las pocas instancias en las que pruebas de seguridad realizadas por la industria han salido a la luz pública han dado bastante razón para uno preocuparse. Un informe interno de Monsanto filtrado en 2005 reveló que ratas alimentadas con su maíz transgénico Mon 863 tuvieron problemas de salud significativos, incluyendo conteos de células blancas sanguíneas anormalmente altos, necrosis del hígado, reducción en el peso de los riñones y altos niveles de azúcar en la sangre.
El tema de la ingeniería genética se complica más aún debido a que sus productos son organismos vivos, que pueden—a diferencia de los productos de otras tecnologías—reproducirse y esparcirse. Este proceso se conoce como contaminación genética. En las palabras de la bióloga agrícola suiza Angelika Hilbeck, "la difusión de organismos biológicos capaces de reproducción es potencialmente irreversible y añade una dimensión de complejidad a introducciones tecnológicas previas."
El GMO Contamination Register, un servicio informativo establecido por Greenpeace Internacional y Genewatch UK, ha reportado 142 instancias de contaminación genética alrededor del mundo desde 1996. Brasil es uno de nueve países que ha reportado más de cinco incidentes de contaminación.
La presencia furtiva de maíz transgénico en México, donde está prohibido por ley, fue reportada por primera vez por los científicos de la Universidad de California Ignacio Chapela y David Quist en la revista Nature en 2001. Científicos y institutos pro-industria llevaron a cabo una campaña de gran envergadura para desacreditar los hallazgos de Chapela y Quist, pero en 2002 un estudio comisionado por el gobierno mexicano encontró que 95% de los campos de maíz en los estados de Oaxaca y Puebla tenían contaminación genética.
"El consultar la FDA sobre la seguridad de alimentos transgénicos es un ejercicio puramente voluntario, en el que la agencia recibe resúmenes sin datos y conclusiones sin fundamento", dice el investigador Jeffrey Smith en su excelente libro Genetic Roulette (Ruleta Genética). "Si la compañía alega que sus alimentos son seguros, la FDA no tiene más preguntas. Por lo tanto, se aprueban para venta variedades transgénicas que nunca fueron alimentadas a animales en estudios de seguridad rigurosos y probablemente nunca a humanos tampoco."
La FDA "depende casi totalmente de la notificación voluntaria de las compañías de biotecnología de que llevaron a cabo su propia evaluación de seguridad de los cultivos GM que quieren difundir comercialmente", según los científicos húngaros Arpad Pusztai y Susan Bardocz. "La FDA no tiene laboratorio propio y nunca subvenciona la seguridad de cultivos y alimentos transgénicos".
La agencia llevó a cabo sus propias pruebas sobre alimentos GM sólo una vez. Los documentos ahora desclasificados de esta investigación muestran que los científicos de la agencia estaban divididos en cuanto a la seguridad de estos productos y que algunos de ellos abiertamente expresaban reservas acerca de ellos. Sin embargo la FDA aprobó los alimentos transgénicos para uso de consumidores.
La literatura científica publicada sobre las implicaciones de salud humana de alimentos GM consiste de apenas más de 20 estudios, un número alarmantemente bajo. En un estudio publicado en Nutrition and Health, I.F. Pryme y R. Lembcke observan que los estudios sobre alimentos transgénicos que no son financiados por la industria tienden a encontrar problemas con serias implicaciones para la salud humana, mientras que los que son financiados por la industria nunca encuentran ningún problema. Un informe de William Freese y David Schubert titulado "Safety Testing and Regulation of Genetically Engineered Foods" (Biotechnology and Genetic Engineering Reviews, 2004) concluye que el proceso de evaluación de alimentos GM en Estados Unidos no es efectivo, ya que se basa en investigación pobre y premisas erróneas.
Las pocas instancias en las que pruebas de seguridad realizadas por la industria han salido a la luz pública han dado bastante razón para uno preocuparse. Un informe interno de Monsanto filtrado en 2005 reveló que ratas alimentadas con su maíz transgénico Mon 863 tuvieron problemas de salud significativos, incluyendo conteos de células blancas sanguíneas anormalmente altos, necrosis del hígado, reducción en el peso de los riñones y altos niveles de azúcar en la sangre.
El tema de la ingeniería genética se complica más aún debido a que sus productos son organismos vivos, que pueden—a diferencia de los productos de otras tecnologías—reproducirse y esparcirse. Este proceso se conoce como contaminación genética. En las palabras de la bióloga agrícola suiza Angelika Hilbeck, "la difusión de organismos biológicos capaces de reproducción es potencialmente irreversible y añade una dimensión de complejidad a introducciones tecnológicas previas."
El GMO Contamination Register, un servicio informativo establecido por Greenpeace Internacional y Genewatch UK, ha reportado 142 instancias de contaminación genética alrededor del mundo desde 1996. Brasil es uno de nueve países que ha reportado más de cinco incidentes de contaminación.
La presencia furtiva de maíz transgénico en México, donde está prohibido por ley, fue reportada por primera vez por los científicos de la Universidad de California Ignacio Chapela y David Quist en la revista Nature en 2001. Científicos y institutos pro-industria llevaron a cabo una campaña de gran envergadura para desacreditar los hallazgos de Chapela y Quist, pero en 2002 un estudio comisionado por el gobierno mexicano encontró que 95% de los campos de maíz en los estados de Oaxaca y Puebla tenían contaminación genética.
Etiquetas: Americas Program, Biotech, Carmelo
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