La faena en el campo, la cosecha y la recolección. Sembradores de papa: viejos sombrerudos muy campesinos, hombres de edad madura un poco más urbanos, jóvenes y muchachitos con pinta de que han estado en “el Norte”, en las ciudades estadounidenses: todos listos para cargar. Las fotos que acompañan este número provienen del estado de Puebla en México y nos asoman a un campo que no deja sus modos viejos y ya lleva años obligado a sembrar al modo industrial. Es el jaloneo entre las tradiciones viejas que resolvían la vida con el cuidado puesto por quienes sabían que cultivar es vida plena y no sólo trabajo rentable, y los modos nuevos, “empresariales”, que piden más agrotóxicos, más créditos, más paquetes tecnológicos y ni así rinde el suelo, desgastado después de tantos años de traición y droga aplicada cada ciclo. Un jaloneo entre los que se van a la ciudad o a Estados Unidos, y los que se quedan a ver qué más se puede hacer con la tierra. En México la siembra de la papa representa todo eso. Muy pronto fue un cultivo para vender, para tener efectivo, y comenzó a fluir por los circuitos que intermedian la comida del campo a la ciudad de México. En estos circuitos hay sujetos llamados “coyotes” por todo mundo (a saber por qué será) que en las fronteras de Puebla ya cerca de la ciudad, “atajan” los camiones repletos para comprar sus cargas a precios muy por debajo de los asignados, con amenazas y malos modos.
Y aunque estos coyotes son sólo uno de los muchísimos factores que arman una situación de hambre tan devastadora, contribuyen a la especulación, el acaparamiento y el malmanejo de los alimentos. De los factores que forman una crisis alimentaria habla este número de Biodiversidad, sustento y culturas, pero también de que ésta es sólo parte de un ataque más general que el capitalismo renueva cada vez que se mete en líos, para readaptarse y lucrar de nuevo. Y en el entretanto se lleva entre las patas a pueblos y comunidades rurales, a barrios urbanos repletos de los excluidos de siempre.
Es a ellos los de los barrios urbanos a los que la crisis alimentaria, y ahora esta recesión económica más generalizada, más total, pegará con toda su violencia, porque son los más desprotegidos de todos los mortales.
Es sintomático que quienes tienen sus propios alimentos se defiendan más, porque a más de comida tienen una dignidad que no necesitan presumir porque sale de lo natural de una vida desde siempre, de una vida al margen pero con horizonte histórico, respetos que cumplir y un sentido de lo sagrado en el mundo.
Mientras elaborábamos este número, con profunda preocupación recibimos noticias que nos confirman que las élites pretenden erradicar a los pueblos indígenas, los modos campesinos, sus estrategias que propician libertad y conciencia de horizonte. Ése es el drama boliviano que hoy hace cundir la zozobra y la esperanza por toda América Latina. Hoy los pueblos marchan para defender el proyecto de su nueva Constitución, y para defender la posibilidad de tener un país donde las rancias aristocracias —en este caso terratenientes, fascistas y sojeras— no manden, no decidan, por lo menos más que los demás que son mayoría y que están desde siempre en esas tierras. Es una demostración importante. Apenas en septiembre las juventudes fascistas más los futboleros y pandilleros juntados en cuerpos de choque, arremetieron contra los indígenas de la llamada Media Luna en Santa Cruz, Pando, Beni y Tarija, intentando crecer el conflicto a una guerra civil, a partir de emboscadas y ametrallamientos por parte de mercenarios armados. Se sabe de por lo menos treinta indígenas asesinados en esos días cruentos.
El momento es difícil para América Latina. La cruzan inquietudes de toda suerte. Las alianzas terratenientes de una derecha continental toman vuelo con los aristócratas de Santa Cruz, Guayaquil, Paraguay, más los estancieros argentinos y brasileños con pretensiones de establecer una “república unida de la soja” donde el modelo agroindustrial cuente más que las vidas y los territorios, donde el trabajo esclavo sea la norma, donde no importe la contaminación transgénica ni la devastación de grandes extensiones de selva.
La señal de alarma más reciente viene de Colombia, donde tras años de guerra sucia, los pueblos indígenas, las comunidades campesinas de todo el país, han decidido manifestarse a contrapelo de los intentos por desaparecerlos. Las Fuerzas Armadas y la policía reprimieron a sangre y fuego a los civiles desarmados. Los medios de comunicación excusan la masacre acusando falsamente a los indígenas de estar controlados e infiltrados por la guerrilla.
En la movilización, los cabildos indígenas del Cauca, agraviados, expresan una verdad que está en el corazón de lo que este número de Biodiversidad quisiera transmitir: “Las legítimas demandas se ignoran. El ejercicio de derechos y libertades se niega, el territorio se entrega a transnacionales, la guerra sucia asesina comuneros y líderes, los medios engañan y promueven el terror y la manipulación, las leyes despojan, el Plan Colombia convierte territorios en teatros de operaciones, el gobierno respaldado por Estados Unidos cierra el espacio para el conflicto político civilista y promueve la guerra para luego señalar como terroristas a quienes protestan. El gobierno promueve a la insurgencia, la fabrica, la instiga. El resultado de esto es que el movimiento indígena y popular, cansado, arrinconado, digno, se moviliza en una acción de hecho para dar a conocer su agenda y exigir que sea respetada. La respuesta es señalarnos como terroristas, atacarnos como se atacaría a un ejército y mientras lo hacen, presentar un discurso democrático y civilista como si no hubieran obligado a los pueblos a la desesperación. ¿Qué quiere el gobierno? ¿Que volvamos silenciosamente a ser víctimas de la guerra sucia, a dejarnos despojar y asesinar sin protestar, a dejarnos meter en una guerra que es contra nosotros?”
En Biodiversidad estamos con los pueblos indígenas y desde aquí seguimos al pendiente para que puedan hacer oír su voz y su versión de los hechos.
Biodiversidad
Etiquetas: GRAIN
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