Serge Latouche: profeta del decrecimiento
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En los últimos veinticinco años, este «objetor de crecimiento» -como a él le gusta de definirse- ha contribuido, como muy pocos otros intelectuales, a la clarificación y a la maduración del concepto en torno el cual se han fundamentado los nuevos movimientos globales. Durante los años setenta pasó muchos en África occidental, desde dónde maduró su pensamiento, que de las posiciones marxistas tradicionales lo llevaron a una crítica radical de la ideología del «progreso» y del «desarrollo», incluso en sus versiones de izquierdas.
Esta maduración lo llevó, en 1981, a fundar con Allain Caillé el MAUSS (Movimiento AntiUtilitarista en las Ciencias Sociales) y la revista homónima (que también cuenta con una edición italiana). De entre su extensa obra, destacan L'Occidentalisation du monde (La Découverte, 1989); La Planète des naufragés (La Découverte, 1991); L'Autre Afrique, entre don et marché (Albin Michel, 1998); Justice sans limites (Fayard, 2003), Survivre au développement (Mille et Une Nuits, 2004), y La apuesta por el decrfecimiento: cómo salir del imaginario dominante? (Icaria, 2008).
Nos preguntamos cómo es posible que un pensamiento y una obra como la de este bretón sea tan desconocida en nuestras latitudes. La respuesta la daba no hace mucho tiempo el filósofo Ramon Alcoberro, al hablar de pensadores como Latouche, Ellul, Castoriadis o Rist: «Son unos nombres que nadie bien educado no pronuncia ni en broma en una facultad universitaria como es debido -o que se plagian patéticamente cuando alguien quiere hacer la pelota a los antiglobis».
¿Qué es el decrecimiento?
El término decrecimiento se usa de hace bien poco en el debate económico, político y social, aun cuando el origen de las ideas que comporta tiene una historia más o menos antigua. Hasta estos últimos años la palabra no figuraba en ningún diccionario económico y social, mientras se encuentran algunas entradas sobre sus correlacionales «crecimiento cero», «desarrollo sostenible» y, claro está, «estado estacionario». Aun así, ya posee una historia relativamente compleja y un incontestable peso analítico y político en economía. Hace falta, todavía, entender sobre su significado. Los comentaristas y los críticos más o menos malévolos hacen constar la antigüedad del concepto para liquidar más fácilmente el alcance subversivo de las propuestas de los «objetores de crecimiento».
No se trata, efectivamente, ni del estado estacionario de los viejos clásicos, ni de una forma u otra de regresión, recesión, «crecimiento negativo», ni tampoc del «crecimiento cero», aunque por todas partes podamos encontrar una parte de la problemática. Precisemos, acto seguido, que el decrecimiento no es un concepto y, en cualquier caso, no es simétrico del crecimiento. Es un eslogan político con implicaciones teóricas. Apunta a romper el lenguaje engañoso de los drogadictos del *
productivismo.
La palabra de orden del decrecimiento también tiene sobre todo por objeto marcar fuertemente el abandono del objetivo del crecimiento por el crecimiento, el motor del cual no es otro que la búsqueda del provecho por quienes detentan el capital y las consecuencias del cual son desastrosas para el medio ambiente. En rigor, se debería hablar de un «a-crecimiento», como se habla de a-teismo, más que de un de-crecimiento. Se trata, pues, muy precisamente del abandono de una fe o de una religión: la de la economía, la del crecimiento, la del progreso y la del desarrollo.
¿Qué diferencía el decrecimiento y el denominado desarrollo sostenible?
Si trazamos la historia del concepto de desarrollo nos encontramos en su origen con la biología evolucionista, que lo sitúa, pues, en la historia de las ciencias occidentales dónde nació. Ya antes de Darwin los biólogos distinguían, para los organismos, el crecimiento del desarrollo. Un organismo nace y crece, es su crecimiento, cuando crece se modifica; una semilla no se convierte en una gran semilla, sino en un roble por ejemplo, y este es su desarrollo. Pero el crecimiento no es un fenómeno infinito y al final de un cierto tiempo el organismo muere.
Los economistas han transpuesto esta palabra de manera metafórica al organismo económico, ¡pero se han olvidado de la muerte! Ya se ve, pues, a partir de aquí que el concepto es perverso porque incorpora en él mismo aquello que los griegos llamaban hubris, la desmesura. Hemos entrado en un ciclo perverso de crecimiento ilimitado, crecimiento del consumo para hacer crecer la producción que, a su vez, hace crecer el consumo y así sucesivamente. Ya no se trata, pues, de llegar a un cierto estadio de bienestar o de satisfacción. Al contrario, esta satisfacción siempre es rechazada hasta el infinito. Es del todo absurdo, sólo podría ser matemáticamente. Efectivamente, una tasa de crecimiento continuo del 2 al 3% anual, conduciría al organismo económico a crecer setecientas veces en un siglo -contando los intereses compuestos. O vivimos en un planeta finito.
Aquí nos enfrentamos al famoso «teorema del nenúfar». Si un nenúfar coloniza un estanque doblando su superficie todos los años, quizás tardará cincuenta años en colonitzar la mitad, pero sólo le hará falta un año para ocupar la mitad restante. Estamos en este punto, es lo suficiente claro con el petróleo, los bosques, la pesca, el cambio climático. Nos hemos creído que lo podíamos colonizar todo sin problemas y hoy comprendemos que ahora todo desaparecerá en muy poco tiempos.
La idea de un desarrollo sostenible no es, entonces, un principio de solución. Al contrario, es el oxímoron por excelencia. El modelo de desarrollo seguido por todos los países hasta hoy es fundamentalmente no sostenible. Se puede, como se hizo en una época comparar el socialismo soñado con el socialismo realmente existente, comparar el desarrollo soñado con el desarrollo realmente existente. El desarrollo, el único que se conoce, finalmente se resume en «siempre hacer más de la misma cosa», sea el que sea el adjetivo que se adjunte. En treinta años de participación personal en proyectos en el Tercero Mundo y esencialmente en África, he visto el desarrollo -denominado sucesivamente socialista, de participación activa, cooperativo, autónomo, popular- tener los mismos resultados catastróficos.
Hace falta recordar a menudo que, como dijo Nicholas Georgescu-Roegen, «el desarrollo sostenible no puede ser en caso alguno separado del crecimiento económico», incluso si un no se puede reducir al otro, como el desarrollo de la planta reposa sobre el crecimiento de la semilla, y que esta lógica de crecimiento es incompatible con la finitud del planeta. El desarrollo no sabría ser ni duradero ni sostenible. Si se quiere construir una sociedad duradera y sostenible, hace falta salir del desarrollo y en consecuencia salir de la economía puesto que ésta incorpora, en su misma esencia, la desmesura.
Nacido en Vannes, en Bretaña, el 12 de enero de 1940, Serge Latouche es economista y filósofo de formación y antropólogo por experiencia -no en vano estudió en las universidades de Lille y de París los saberes de la economía, las ciencias políticas y la filosofía-, y actualmente ejerce de profesor emérito de ciencias económicas en la Universidad de París-Sur (XI-Sceau/Orsay), hecho que compagina con la presidencia de La Ligne d-Horizon y del Instituto de Estudios Económicos y Sociales para el Decrecimiento Sostenible, fundado por Nicholas-Georgescu Roegen, desde dónde editan, junto con Casseurs dû Pub, la revista La*Décroissance (Journal de la joie de vivre), que también cuenta con una redacción en Italia.
Esta maduración lo llevó, en 1981, a fundar con Allain Caillé el MAUSS (Movimiento AntiUtilitarista en las Ciencias Sociales) y la revista homónima (que también cuenta con una edición italiana). De entre su extensa obra, destacan L'Occidentalisation du monde (La Découverte, 1989); La Planète des naufragés (La Découverte, 1991); L'Autre Afrique, entre don et marché (Albin Michel, 1998); Justice sans limites (Fayard, 2003), Survivre au développement (Mille et Une Nuits, 2004), y La apuesta por el decrfecimiento: cómo salir del imaginario dominante? (Icaria, 2008).
Nos preguntamos cómo es posible que un pensamiento y una obra como la de este bretón sea tan desconocida en nuestras latitudes. La respuesta la daba no hace mucho tiempo el filósofo Ramon Alcoberro, al hablar de pensadores como Latouche, Ellul, Castoriadis o Rist: «Son unos nombres que nadie bien educado no pronuncia ni en broma en una facultad universitaria como es debido -o que se plagian patéticamente cuando alguien quiere hacer la pelota a los antiglobis».
¿Qué es el decrecimiento?
El término decrecimiento se usa de hace bien poco en el debate económico, político y social, aun cuando el origen de las ideas que comporta tiene una historia más o menos antigua. Hasta estos últimos años la palabra no figuraba en ningún diccionario económico y social, mientras se encuentran algunas entradas sobre sus correlacionales «crecimiento cero», «desarrollo sostenible» y, claro está, «estado estacionario». Aun así, ya posee una historia relativamente compleja y un incontestable peso analítico y político en economía. Hace falta, todavía, entender sobre su significado. Los comentaristas y los críticos más o menos malévolos hacen constar la antigüedad del concepto para liquidar más fácilmente el alcance subversivo de las propuestas de los «objetores de crecimiento».
No se trata, efectivamente, ni del estado estacionario de los viejos clásicos, ni de una forma u otra de regresión, recesión, «crecimiento negativo», ni tampoc del «crecimiento cero», aunque por todas partes podamos encontrar una parte de la problemática. Precisemos, acto seguido, que el decrecimiento no es un concepto y, en cualquier caso, no es simétrico del crecimiento. Es un eslogan político con implicaciones teóricas. Apunta a romper el lenguaje engañoso de los drogadictos del *
productivismo.
La palabra de orden del decrecimiento también tiene sobre todo por objeto marcar fuertemente el abandono del objetivo del crecimiento por el crecimiento, el motor del cual no es otro que la búsqueda del provecho por quienes detentan el capital y las consecuencias del cual son desastrosas para el medio ambiente. En rigor, se debería hablar de un «a-crecimiento», como se habla de a-teismo, más que de un de-crecimiento. Se trata, pues, muy precisamente del abandono de una fe o de una religión: la de la economía, la del crecimiento, la del progreso y la del desarrollo.
¿Qué diferencía el decrecimiento y el denominado desarrollo sostenible?
Si trazamos la historia del concepto de desarrollo nos encontramos en su origen con la biología evolucionista, que lo sitúa, pues, en la historia de las ciencias occidentales dónde nació. Ya antes de Darwin los biólogos distinguían, para los organismos, el crecimiento del desarrollo. Un organismo nace y crece, es su crecimiento, cuando crece se modifica; una semilla no se convierte en una gran semilla, sino en un roble por ejemplo, y este es su desarrollo. Pero el crecimiento no es un fenómeno infinito y al final de un cierto tiempo el organismo muere.
Los economistas han transpuesto esta palabra de manera metafórica al organismo económico, ¡pero se han olvidado de la muerte! Ya se ve, pues, a partir de aquí que el concepto es perverso porque incorpora en él mismo aquello que los griegos llamaban hubris, la desmesura. Hemos entrado en un ciclo perverso de crecimiento ilimitado, crecimiento del consumo para hacer crecer la producción que, a su vez, hace crecer el consumo y así sucesivamente. Ya no se trata, pues, de llegar a un cierto estadio de bienestar o de satisfacción. Al contrario, esta satisfacción siempre es rechazada hasta el infinito. Es del todo absurdo, sólo podría ser matemáticamente. Efectivamente, una tasa de crecimiento continuo del 2 al 3% anual, conduciría al organismo económico a crecer setecientas veces en un siglo -contando los intereses compuestos. O vivimos en un planeta finito.
Aquí nos enfrentamos al famoso «teorema del nenúfar». Si un nenúfar coloniza un estanque doblando su superficie todos los años, quizás tardará cincuenta años en colonitzar la mitad, pero sólo le hará falta un año para ocupar la mitad restante. Estamos en este punto, es lo suficiente claro con el petróleo, los bosques, la pesca, el cambio climático. Nos hemos creído que lo podíamos colonizar todo sin problemas y hoy comprendemos que ahora todo desaparecerá en muy poco tiempos.
«El concepto de desarrollo
es perverso, porque incorpora
lo que los griegos llamaban
hubris, la desmesura.»
La idea de un desarrollo sostenible no es, entonces, un principio de solución. Al contrario, es el oxímoron por excelencia. El modelo de desarrollo seguido por todos los países hasta hoy es fundamentalmente no sostenible. Se puede, como se hizo en una época comparar el socialismo soñado con el socialismo realmente existente, comparar el desarrollo soñado con el desarrollo realmente existente. El desarrollo, el único que se conoce, finalmente se resume en «siempre hacer más de la misma cosa», sea el que sea el adjetivo que se adjunte. En treinta años de participación personal en proyectos en el Tercero Mundo y esencialmente en África, he visto el desarrollo -denominado sucesivamente socialista, de participación activa, cooperativo, autónomo, popular- tener los mismos resultados catastróficos.
Hace falta recordar a menudo que, como dijo Nicholas Georgescu-Roegen, «el desarrollo sostenible no puede ser en caso alguno separado del crecimiento económico», incluso si un no se puede reducir al otro, como el desarrollo de la planta reposa sobre el crecimiento de la semilla, y que esta lógica de crecimiento es incompatible con la finitud del planeta. El desarrollo no sabría ser ni duradero ni sostenible. Si se quiere construir una sociedad duradera y sostenible, hace falta salir del desarrollo y en consecuencia salir de la economía puesto que ésta incorpora, en su misma esencia, la desmesura.
Etiquetas: Decrecimiento, Latouche
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