Buen artículo sobre el BNDES brasileño
http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2010103107
BNDES y el desborde imperialista de Brasil
Luis Fernando Novoa Garzón *.-
La trayectoria histórica del Banco Nacional de Desarrollo Económico e Social (BNDES), que apareció en 1952 como Banco Nacional de Desarrollo Económico (BNDE), expone caminos y opciones de construcción, deconstrucción y reconstrucción nacional, según el arco hegemónico de fuerzas en cada periodo. La metamorfosis institucional del BNDES siempre fue lugar privilegiado para partir a nuevos procesos, un espacio selectivo de ejercicio de creatividad histórica, como veremos.
Fue El BNDES que delineó los trazos del mercado interno brasileño, en los años del nacional desarrollismo, garantizando cierta proporcionalidad entre el capital privado nacional, el capital estatal y capital multinacional. El modelo de sustitución de importaciones fue consolidado por el BNDES, en nombre de una burguesía con reclamos de primacía regional y que se proponía como socia del capital foráneo, aunque minoritaria en tal “asociación”.
Este ciclo llamado desarrollista perduró hasta comienzos de la década de 1990, mismo que sufriendo espasmos entre 1964-1984, con una dictadura militar para asegurar la centralidad del capital monopolista. A partir de gobiernos neoliberales, primero Color de Mello y después Cardoso, el BNDES pasó a financiar y a planear la regresión de ese proceso, desvertebrando y mutilando el cuerpo económico que antes había formado y nutrido.
El BNDES siempre cumplió activamente el papel que se le requería. Durante el ciclo de sustitución de importaciones, el fue indispensable en la constitución de la contraparte nacional frente a la estrategia de deslocalización del capital extranjero teniendo como blanco preferencial el Brasil. Aunque estuviera con los núcleos dinámicos de su economía bajo el control del capital extranjero, en las fronteras accesorias de la manufactura (suministro de piezas, metalurgia) y en los sectores de base (acero e infraestructura), el Brasil, con su territorio continental, sostenía un pulsar económico constante, con relativa autosuficiencia, que permitía imaginar una nación en construcción.
En el ámbito discursivo[1], cualquier proyecto de nación, en un país con dos tercios de la población oprimida por siglos, requeriría un horizonte de integración social y una evocación de un "pueblo brasileño" con un mínimo grado de homogeneidad. El proyecto nacional desarrollista por eso tuvo que recurrir ora al populismo ora al patriotismo disciplinarizador. No por mera casualidad fue, durante la dictadura, en 1982, que el BNDE gano su S, de "Social" para evitar cualquier duda con relación al carácter nominalmente inclusivo del pretendido desarrollo económico. Incluso la izquierda de extracción marxista, con su proyecto nacional-popular, disputaría en paralelo el concepto de nación, llamando obreros y campesinos a realizar las tareas democráticas y anti-imperialistas, tareas desde siempre extrañas a la nuestra desenraizada burguesía.
Sin embargo los fundamentos frágiles de “nación en construcción” comenzaron a ser corroídos con el empeoramiento de la crisis de la deuda en la mitad de la década de 1980. El modelo de “integración competitiva” que más tarde se establecería como alternativa hegemónica fue conceptualizado originalmente por los técnicos del BNDES, ubicados en puesto avanzado de observación del agotamiento de la financiación pública de los sectores de infraestructura. En un seminario engendrado por Julio Mourao, director del Departamento de Planeación del Banco, fue vaticinado, en mayo de 1984, el fin del ciclo de sustitución de importaciones y la necesidad de la construcción de un nuevo paradigma de la política industrial.
Bajo la justificación de innovación y la carrera tecnológica se trató de trasmitir el pleno comando de la economía nacional para el sector privado y trasnacional. Aún en el periodo de transición democrática del gobierno de Sarney, el BNDES presento su nuevo Plan Estratégico (1987- 1990) que incorporaba los escenarios posibles de la anhelada “integración competitiva”. A los cien primeros días del mandato de Fernando Collor de Melo el 26 de junio de 1990, fue lanzado el Programa Directrices Generales de la Política Económica y de Comercio Exterior que prescribía desregulación, liberalización del comercio y privatizaciones, como herramientas básicas para la llamada reestructuración competitiva de la economía brasileña.
En 1990, con un gobierno que expresaba expresamente el vaciamiento de la nación, el concepto de integración competitiva ganó fuerza propia y motora. “No solo la cultura del BNDES cambiaría, sino que diversos segmentos de sociedad habían absorbido la propuesta, y la nueva bandera ganó el mundo político, viniendo a representar los años 1990, la opción nacional para la participación de Brasil en el proceso de globalización” (Mourão, 2002, p. 37)
El BNDES, como agencia de comunicación instantánea con los grandes inversionistas internacionales, se hizo cargo del asalto a los sectores públicos rentables. Las privatizaciones fueron auto-expropiaciones que promovieron la desnacionalización y la reconfiguración patrimonial de las estructuras productivas de l país, por intermedio de subvaluaciones de los activos de las estatales, del libre uso de títulos de deuda de dudoso valor y de indiscriminado financiamiento público. Fue el BNDES que implementó el Programa Nacional de Desestatización (ley 8.031/1990), aparcando empresas más atractivas, desarmando obstáculos administrativos - jurídicos, definiendo precios mínimos, articulando potenciales inversionistas y aún después, financiando la trasferencia patrimonial (Pinheiro e Giambiagi, 2000, p. 21)
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La creatividad del capitalismo nunca dependió tanto de su capacidad de descomponer. Los llamados países emergentes como Brasil, después de décadas de internacionalización pasiva y autodestructiva y de rigurosos ejercicios de elasticidad institucional, presentan las condiciones ideales para el ejercicio de desfiguramiento.
Al final de los 90, la desarticulación social resultante de la liberalización económica sin limites, inviabilizó la manutención de coaliciones con representación de intereses multisectoriales o multiclasistas. La gobernabilidad del modelo neoliberal pasaría a depender de la reconstrucción parcial de esferas públicas, y de instancias nacionales reconocidas como tal. En un contexto de agotamiento y de impostergable reciclaje del modelo neoliberal en el Brasil, partidos y líderes de centro izquierda se presentaran para recomponer los precarios arreglos de poder entre patrocinadores y beneficiarios de desmonte de la economía nacional.
Electo Lula, dos veces consecutivas (2002 y 2006), la interlocución política pasaría a ser acaparada por un intercambio de posiciones en la máquina del Estado, teniendo por meta el ajuste consensual de los ritmos y direcciones de proceso de liberalización. Pero el dicho “intercambio” tiene su precio político, quiere decir que la “legitimidad” del Gobierno, normalizador de la crisis, cobra su tributo en forma de autonomía relativa. Acciones eficaces del Estado para que la eficacia de los mercados libres sea posible. Las mediaciones político-económicas desde ahí volvieron se menos reductibles.
La composición de la diversidad producida por el desmonte neoliberal en una nueva unidad. Un reto que ponga el Brasil, y sus capitales, en posición neta y singular en el mercado global, especialmente cuanto al cinturón industrial asiático, sostenido en asiento regional continental ampliado, el núcleo puesto en Sudamérica con enlaces orgánicos crecientes con Centroamérica y África occidental. Esos son los encargos “nacionales” que el BNDES trata de cumplir.
El Banco traduce tales prioridades en su política de financiamiento, de dos formas elementales. La primera, procurando influenciar las filiales trasnacionales situadas en el país para que extiendan allí sus planes operacionales, especialmente las que hacen uso intensivo de materias-primas. La segunda, potencializando las empresas de capital brasilero, definidas como aquellas constituidas bajo las leyes brasileras y con sede principal en el país. Gran parte de ellas son empresas incubadas por el capital extranjero o tienen sus estructuras volcadas a la exportación básica. Con subsidio y protección públicos se alza una burguesía agrario-industrial-extractiva, con ropaje verde amarillo. Brasil e sus capitales en expansión, en lenguaje corriente, pasan a ser términos indisolubles. El gobierno brasileño disciplinado por los oligopolios privados presenta las estrategias de esos, en moldura nacional creíble y sostenida electoralmente sucesivamente.
Lo que se manifiesta en el crepúsculo de un otro Brasil posible, es un crecimiento unilateral y concentrador que se legitima por si mismo y que da lugar a un proceso de exclusión consumado y redimido. Exclusión no apenas de sectores sociales y territorialidades considerados descartables, sino de miradas e perspectivas colectivas o pasibles de colectivización. Pero las empresas transnacionales, las altas finanzas y la agroindustria lo siguen presentando su país como "el Brasil de todos”, el propio logo de la Era Lula, que prosigue.
Soberanía ex post como sustrato de una benévola dominación. Los derechos sociales ahora vendrán como bonificación estimada en razón directa al nivel de domesticación. La participación “ciudadana”, no más “popular”, por su vez, es válida hasta donde se extiendan los cabestros, hasta donde la "gobernabilidad" alcanza, con certificación del Banco Mundial y de su aparato particular de Ongs. Después de minucioso trabajo de implodir todas las concebibles puentes de salida, preguntan los saboteadores: qué salidas restan?
******No podemos olvidar que las compañías globalizadas que nos victimizaron históricamente fueron proyecciones pujantes de las economías centrales del origen. Las transnacionales fueron y son el resultado de soportes estatales concatenados y de una sumatoria de “preferencias” oligopólicas y de opciones políticas y geopolíticas. Fueron las mismas políticas públicas de conglomeración, que envuelven apoyo tecnológico, comercial y de crédito, las que permitieron la descentralización geográfica de las inversiones de las economías centrales en búsqueda de la nivelación mínima de los costos operacionales y de posiciones dominantes en mercados estratégicos. Vemos ahora el BNDES repitiendo la misma historia de internacionalización de capitales, bajo la farsa de una integración regional como sustrato ideológico y como moldura institucional adecuada a la gestión integrada de corredores de exportación y clusters en escala continental.
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