Paradojas de Evo
Paradojas de la crisis hegemónica del nacionalismo de Evo
Pablo A. Regalsky *
En este corto ensayo me propongo presentar brevemente las posibles conexiones entre los procesos de globalización, de crisis hegemónica, de crisis civilizacional y ecológica, con relación a la construcción –o, al menos el discurso de construcción- de estado-nación por parte de los gobiernos del “socialismo del siglo XXI”. Cómo se relacionan esas tendencias globales en esta coyuntura con la actuación de los movimientos sociales, en particular los movimientos indígenas, en busca de una alternativa. Pretendo encontrar a través de este examen de la situación una explicación para entender las contradicciones que envuelven al gobierno de Morales, etiquetado como gobierno indígena, y las consecuencias paradójicas que han sufrido los movimientos indígenas como consecuencia de su triunfo electoral.
La popularidad internacional de Evo Morales creció con su denuncia al capitalismo mundial, exponiendo la crisis mundial catastrófica a la cual el modelo industrialista nos condena. Siendo uno de los cuatro gobiernos que denunciaron los acuerdos sobre cambio climático de Copenhagen, en diciembre de 2010 fue el único que no avaló el último acuerdo en Cancún, impidiendo que se convierta en una resolución de consenso. Después de Copenhagen, el gobierno boliviano convocó conjuntamente con las principales organizaciones campesinas a un Encuentro mundial en abril de 2010 para denunciar esos acuerdos y formular una alternativa desde un concepto civilizatorio basado en la conciencia indígena de respeto a la Tierra. De allí salió la declaración de Tiquipaya que entre otros puntos hace el siguiente señalamiento:
“El agro-negocio a través de su modelo social, económico y cultural de producción capitalista globalizada y su lógica de producción de alimentos para el mercado y no para cumplir con el derecho a la alimentación, es una de las causas principales del cambio climático. Sus herramientas tecnológicas, comerciales y políticas no hacen más que profundizar la crisis climática e incrementar el hambre en el planeta… Al mismo tiempo denunciamos cómo este modelo capitalista impone megaproyectos de infraestructura, invade territorios con proyectos extractivistas, privatiza y mercantiliza el agua y militariza los territorios expulsando a los pueblos indígenas y campesinos de sus territorios, impidiendo la soberanía alimentaria y profundizando la crisis socioambiental”.
Al mismo tiempo que impulsaba esta clara declaración, dirigida a impactar sobre las negociaciones de Cancún, el gobierno boliviano paradójicamente se opuso a que en el encuentro de Tiquipaya las organizaciones indígenas discutieran las formas de impedir que ese modelo siguiera haciendo estragos en Bolivia. Pese a esa prohibición y a ciertas amenazas, algunas organizaciones lograron montar la Mesa 18 cerca de la entrada al evento oficial. Esa mesa emitió un comunicado en el que resalta lo siguiente:
“La Mesa Nº 18 se constituyó como un espacio necesario de reflexión y denuncia en el marco de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, a fin de profundizar la lectura sobre los efectos locales del capitalismo industrial global. Asumimos la responsabilidad de cuestionar a los regímenes latinoamericanos denominados populares y a la lógica depredadora y consumista, la lógica de la muerte del desarrollismo y del neo extractivismo…para enfrentar el cambio climático la humanidad debe encontrarse con sus raíces culturales colectivas comunitarias; eso significa construir una sociedad basada en la propiedad colectiva y en el manejo comunitario y racional de los recursos naturales, en la cual los pueblos decidan de manera directa el destino de la riqueza natural de acuerdo a sus estructuras organizativas, a su autodeterminación, sus normas y procedimientos propios y su visión de manejo integral de sus territorios.” [1]
Evo no solo ha cedido ante las presiones de las multinacionales, especialmente Petrobras, que tienen el control de la extracción y comercialización de gas y petróleo sino que, mientras él denuncia el capitalismo global, a la vez promueve el mismo modelo depredador incentivando y protegiendo las inversiones del capital multinacional extractivo en la propia Bolivia. Los derechos colectivos indígenas reconocidos en la nueva constitución (como parte de un supuesto estado plurinacional) son desconocidos en nombre de los intereses de la nación boliviana.
Sin embargo, la “reconstrucción” y “fortalecimiento” del estado-nación no resulta ser una alternativa frente a la presión del capitalismo. El resultado no se ha hecho esperar: las masas, incluso sus propias bases cocaleras, ya están haciendo sentir su impaciencia y en el Alto, durante la movilización de Año Nuevo han cantado: “Anulas el decreto [de aumento de gasolina] o te sacamos Evo”.
“¿Cómo? ¿Acaso no habían nacionalizado?” Esa fue la reacción de un representante de una comunidad campesina en Cochabamba ante la explicación que daba el dirigente de la Federación acerca de la intención del gobierno boliviano de aumentar el impuesto al consumidor sobre la gasolina en Navidad del 2010, para duplicar el monto que se paga a las multinacionales petroleras por cada barril que extraen en el país.
Parece esquemático y exagerado decir que estamos aquí ante un proceso acelerado de burocratización que recuerda ciertas facetas del desarrollo del estalinismo, sin embargo no encuentro otra figura que sintetice mejor y en pocas palabras la dinámica actual político-gubernamental. Esa dinámica de reproducción del estado burgués-colonial (o colonial-burgués) a la cual responde el MAS no surge simplemente de una lógica impuesta “desde arriba” y desde las fuerzas actuantes del mercado mundial, sino que, llamativamente, responde también a procesos de reproducción que surgen “desde abajo”, desde ciertas lógicas y estrategias populares, todo lo cual permitiría sacar algunas enseñanzas con las cuales quizás entender por dónde pasaría la alternativa. Pero a la vez, Evo no puede ni soñar con emular el largo reinado stalinista. Los movimientos populares bolivianos no han sido derrotados, sólo han quedado confundidos.
Tengo que ser claro al referirme a la confusión: la nebulosa que envuelve a los intelectuales desde los años 80 por supuesto también me incluye. Agradezco a Herramienta y aprovecho esta oportunidad que propone para la elaboración y la discusión sobre los acontecimientos de la última década para poner estos sucesos en un marco global. Pero estos acontecimientos no solo deberían verse desde una perspectiva objetivista, sino tratando de poner en acto lo que Bourdieu (2003) denomina la “objetivación participante”[2], es decir, el análisis de la posición desde la cual cada uno de nosotros “escribe”. Más allá de mi intención de introducir aquí algunas cuestiones que quizás ya estén suficientemente claras sobre lo que está pasando en Bolivia, e incorporar algún conocimiento logrado en mi experiencia aquí que contribuya a la discusión sobre “el” proyecto revolucionario, reconocer la nebulosa que altera nuestras conciencias ante las paradojas que aparecen en este momento de crisis generalizada es una condición para poder avanzar. De lo contrario vamos a terminar como García Linera, declarándose “bolchevique” al tiempo que se funcionaliza al estado-nación colonial[3].
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Esta es la lucha que se está librando bajo el gobierno de Evo Morales. No se trata sólo de si la llamada “nacionalización” y si la alegada reconstrucción del estado-nación son verídicos o se trata solo de recursos discursivos. La lucha de fondo es por el control del territorio: se trata de una lucha del estado por imponer el monopolio sobre el territorio y sus recursos, que es una expresión más del famoso monopolio sobre el uso legítimo de la violencia. En este caso, el monopolio del ejercicio de la violencia se traduce en la imposición del control estatal sobre los recursos comunales, expropiándolos y destruyendo las condiciones de existencia y reproducción de la comunidad.
En esto el gobierno de Evo Morales está tratando de cumplir la meta histórica del estado repúblicano burgués, una meta que ningún gobierno burgués ha logrado desde la misma creación del estado-nación y el tema de fondo que desencadenó la guerra del agua en el año 2000. Pero además, esa expropiación del derecho colectivo por parte del estado, conculcando un derecho consagrado por el uso continuado de un pueblo indígena sobre su territorio, se realiza en beneficio no del pueblo boliviano, sino en beneficio de empresas multinacionales, entre las cuales destaca la Petrobrás. Precisamente a estos derechos colectivos es a lo que se refiere la Declaración de la Mesa 18, de la cual transcribimos parte al comienzo del artículo y que denuncia a los gobiernos denominados populares por ser igualmente agentes del modelo extractivista y depredador que ha causado el cambio climático.
Lo que se juega en el movimiento contra el alza del precio de la gasolina a finales del 2010, no es solamente el derecho de la gente a defender su nivel de vida, amenazado por el aumento del precio de los combustibles y la inflación generalizada que eso acarrea. Ese derecho es vital, ya que es lo que permite el frente unido del campo y la ciudad. Sin embargo lo que discurre por debajo de la lucha por el precio de la gasolina es la tensión por el control del territorio y sus recursos. El estado, que mantiene su carácter colonial en alianza con el capital multinacional pese al cambio de discurso, será el que gane el control? O serán los sujetos colectivos, los pueblos indígenas en alianza con los sectores populares urbanos los que logren defender la democracia del autogobierno y el control sobre los recursos que se requieren en defensa de la vida. Por supuesto que la discusión sobre la viabilidad de una propuesta de “etnodesarrollo” basada en el control de los colectivos indígenas sobre sus territorios como alternativa al capitalismo depredador, es un tema demasiado complejo como para tratar en el reducido espacio de este artículo donde simplemente pretendo posicionar los procesos que se dan en Bolivia como la expresión de la crisis global a la que nos ha conducido el capitalismo.
Lo que esta década nos deja como lección, partiendo de la guerra del agua y pasando por los movimientos sociales en Argentina del 2001, es la imposibilidad de resolver la crisis sin contar con la más absoluta claridad sobre la cuestión del estado-nación burgués como activo agente de reproducción del mercado mundial capitalista y por lo tanto como gestor del proceso civilizatorio de occidente que hoy está en crisis. Como tal, ese estado-nación burgués cuya hegemonía está en cuestión en términos globales (no ya como un centro hegemónico específico que nos domina como periferia, ya que todos los estados están hoy íntimamente enlazados[5]), será activamente destruido junto con esa civilización por quienes occidente ha juzgado como los “incivilizados”. De lo contrario nos queda esperar que la crisis de occidente nos lleve a la catástrofe en la que es probable que los trabajadores de las ciudades llevarán la peor parte.
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