miércoles, junio 01, 2005

El mar es vida, allí se cobija al 90% de la vida que hay en el planeta. Es una responsabilidad crucial actuar como seres racionales y civilizados y no como bárbaros sedientos de riquezas. Es por ello que se requiere de una urgente modificación de la legislación pesquera.

Chile es un país con una costa de más de 4.000 kilómetros, en la que se encuentra depositada una enorme riqueza marina que ha sido salvajemente sobre explotada, al punto que hoy está en cuestión la posibilidad de que con los recursos marinos existentes podamos seguir sosteniendo una capacidad alimentaria sólida para las futuras generaciones.

Los que éramos niños hace 30 años atrás escuchábamos decir a nuestros abuelos que el futuro de Chile estaba en el mar. Y cómo no creerlo si se veía tan grande e inagotable y resultaba tan atractivo pensar en dicha inmensidad no sólo como contenedor de experiencias de diversión y esparcimiento, sino también como fuente de cambios cualitativos en la vida de las personas. La afirmación de entonces pareció premonitoria, porque durante los últimos 25 años, el mar proveyó al país de enormes volúmenes de recursos pesqueros, que hicieron de este sector productivo uno de los más dinámicos. Pero naturalmente el incremento tan espectacular de la actividad pesquera no podía sostenerse hasta el infinito, puesto que los ritmos de la naturaleza, por más inagotable y generosa que ésta sea, son siempre menores a la inconmensurable y desmedida ambición humana. Siguiendo el curso de tal ambición, entre los años 1975 y 1995, se multiplicó por ocho la cantidad de peces extraídos desde los fondos marinos, causando una severa crisis en el sector, generando no sólo perdida de capital productivo natural, sino también, desocupación pobreza y miseria. Vale decir, provocando precisamente el efecto contrario a lo que se quería alcanzar –el progreso y desarrollo del país- y que constituía el argumento de legitimación al promover indiscriminadamente la sobre explotación.

Teniendo presente que más del 90 por ciento de la biomasa viviente del planeta se encuentra en los océanos y que actualmente alrededor del 70 por ciento de las pesquerías marinas del mundo están agotadas o han excedido su límite sostenible, entonces, estamos hablando de un problema mayor, dado que es la posibilidad misma de la vida la que se encuentra amenazada. Obviamente, la extracción indiscriminada de estos recursos ha provocado drásticos cambios de los ecosistemas o comunidades marinas, no sólo por la extracción excesiva, sino también, por los diversos métodos de pesca y la polución que cada día resultan más destructivos para el medio ambiente marino. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), cada año unos 21 millones de barriles de petróleo fluyen hacia los océanos, los desechos plásticos causan la muerte de un millón de aves marinas y cien mil mamíferos al año, la proliferación de algas nocivas debido al exceso de fertilizantes utilizados en la agricultura, ha creado cerca de 150 zonas muertas –sin oxigeno- en las costas y, en el último decenio, los buques que transportan el 60 por ciento del petróleo utilizado en el mundo, han derramado el equivalente a 12 desastres de la magnitud del Prestige. Además, las prácticas de pesca destructivas –como el arrastre de fondo- están causando la muerte de cientos de miles de especies marinas por año y contribuyendo a la destrucción de importantes ecosistemas submarinos. Esos métodos de pesca altamente destructivos producen la eliminación incidental no deseada de más de 20 millones de toneladas por año de diferentes especies marinas.

La vida es un frágil equilibrio que requiere el soporte de una diversidad de especies y seres vivos. Reducir esa diversidad es, en concreto, hacer cada vez más frágil la vida. En Chile, la realidad de nuestro inmenso mar Pacífico, similar a la de todos los océanos del mundo, va en camino de convertirse en otro mar muerto.

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La Ley de Pesca en Chile, está contribuyendo aceleradamente a la depredación masiva y abusiva de los recursos pesqueros de que dispone el país, lo cual era impensable 30 años atrás. Lo anterior gracias a que la actual legislación entrega el predominio monopólico de los recursos pesqueros a una industria que utiliza artes de pesca aberrantes como el arrastre de fondo que consiste en una verdadera tala rasa del fondo marino y que es responsable de la destrucción masiva e injustificada de especies, debido a la pesca incidental o descarte. Nuestro Océano Pacífico avanza en la ruta de convertirse en un basto territorio muerto y contaminado, gracias a la ambición desmedida de estos grupos económicos que no tienen ningún interés en la sustentabilidad, dado que buscan exclusivamente apropiarse del capital natural y convertirlo en capital financiero. La legislación pesquera, por otra parte, no tiene en cuenta adecuadamente los criterios de explotación racional de los recursos ni tampoco promueve la aplicación eficaz de planes de manejo ni de criterios científicos en la determinación de las cuotas.

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