jueves, marzo 08, 2007


Desde que el proyecto del ALCA fracasó en la Cumbre de Mar del Plata, en noviembre de 2005, el viaje de George W. Bush a Brasil y Uruguay, como parte de una gira que lo lleva también a México, Guatemala y Colombia, es el más ambicioso intento por volver a posicionarse en la región. El eje de la nueva estrategia de integración diseñado desde Washington es el acuerdo sobre etanol con Brasil.

“Tenemos 80 millones de hectáreas en la Amazonia que van a transformarse en la Arabia Saudí del biodiesel”, afirmó el ingeniero químico brasileño Expedito Parente al diario O Globo. Parente sabe de qué habla: es propietario de la primera patente registrada en el mundo para producir biodiesel a nivel industrial. Ya en 1977, cuando era profesor en la Universidad de Ceará, concibió su proyecto a partir de oleaginosas como la soja y la mamona.

Hoy Brasil es el primer productor del mundo de etanol junto a los Estados Unidos y apuesta a consolidar una alianza que terminará de afianzarlo como líder regional y como potencia global. De alguna manera, la visita de Bush, precedida por la del subsecretario de Estado para asuntos políticos, Nicholas Burns, y del subsecretario adjunto, Thomas Shannon, supone el reconocimiento del papel de Brasil en la región. El costo de esa alianza puede medirse en términos de impacto ambiental y social, ya que supone la destrucción de la Amazonia y la ruina de millones de campesinos, pero está llamada a modificar las relaciones entre el sur y el norte de las Américas.

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Lula dijo al presidente boliviano Evo Morales a mediados de febrero, luego de firmar un trabajoso acuerdo por el que Brasil comienza a pagar un precio más justo por el gas boliviano: “Puede estar seguro, compañero Evo, que el mundo se curvará en los próximos 15 años a los biocombustibles” 12.

En otras palabras, estaba diciendo que todos los países de la región deben inclinarse ante la alianza Brasil-Estados Unidos y ante la superioridad brasileña en la producción de etanol. La “izquierda” institucional latinoamericana–representada principalmente por el Partido de los Trabajadores de Brasil y el Frente Amplio de Uruguay--le está tendiendo una mano a Estados Unidos en un momento delicado para su hegemonía mundial.

Los movimientos sociales tienen claro que la producción de biocombustibles “está sustentada en los mismos principios que causaron la opresión de los pueblos latinoamericanos” como lo expresó el MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra) de Brasil a principios de marzo, y que la sociedad Brasil-Estados Unidos para el etanol pretende debilitar la integración regional impulsada por los países productores de hidrocarburos, como señaló Via Campesina.

Una vez más, los movimientos y los gobiernos progresistas se encuentran en trincheras opuestas. Ironías de la vida, el “patio trasero” de Washington, que fue el que le permitió erigirse en potencia mundial, puede ser en adelante el que lo salve de la crisis energética y el declive global, gracias a la mano providencial de algunos gobiernos progresistas.

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